sábado, 24 de abril de 2021

Interés nacional

   Ante los retos que el difícil y conflictivo escenario internacional presenta de una forma cada vez más aguda, España debería atender en el plano interno a la necesaria determinación de desarrollar su propia gestión energética, una política adecuada hídrica que aproveche los recursos propios, un avance y protección de su potencial pesquero, agrícola y ganadero, al tiempo que se haría presente la obligación de hacer frente a las consecuencias que los cambios producidos por la revolución tecnológica y el cambio de paradigma financiero están introduciendo. Para concluir, aprovechando el escenario internacional, la neutralidad que ha caracterizado la política exterior española en no pocas ocasiones, como el inicio del reinado de Felipe III o la no intervención en las últimas contiendas mundiales, debería ser la tónica presente en atención a la evitación del desarrollo de una escalada en la tensión entre las grandes potencias.

Gigantismo

   Si bien el s. XV abrió las puetas del nuevo mundo a España y Portugal se hizo con el control de las rutas asiáticas, las grandes potencias que se debaten por la hegemonía mundial en la actualidad son, a diferencia de los antiguos imperios, los países de mayor tamaño y extensión no sólo geográfica, sino poblacionalmente, a excepción de Rusia. EE.UU., Rusia y China no son sólo países dueños de un importante territorio, sino que cuentan con agua dulce, bien escaso en constante alza, energía y recursos, al margen de la extensión de sus tentáculos para hacerse con los existentes en otras zonas geográficas, hasta el extremo de llegar a desarrollar un nuevo neocolonialismo en África o el sur del continente americano. Tras la caída del Muro de Berlín, con la consiguiente implosión de la URSS, llegó, después del anuncio del presidente Bush, la primera guerra de Irak, la guerra de Yugoslavia, el desmantelamiento del antiguo Telón de Acero y la desestabilización de las principales potencias africanas. Transcurrido el tiempo, el conflicto sirio y ucraniano coincide en el tiempo con otro punto caliente como es Irán, todo ello en el contexto de un reparto geoestratégico de fuerzas entre las grandes potencias, sumidas al cambio de paradigma del poder financiero.

jueves, 22 de abril de 2021

Actualidad

   El devenir político moderno en España arranca bajo el reinado de Isabel II, sin menospreciar el reinado de los Austrias menores y los primeros Borbones. Arrastrando los problemas surgidos bajo la Guerra de los Treinta Años con la sublevación de Cataluña, en la guerra de los Segadores durante el reinado de Felipe IV, los problemas sucesorios de Carlos II y la repetición del problema de la sucesión dinástica con la muerte de Fernando VII, la guerra sacudirá a la Península Ibérica enfrentando al bando tradicionalista frente a los defensores liberales de Isabel I. En el campo de batalla no se dirimió sólo la contienda por la sucesión al trono entre la futura reina y Carlos María Isidro de Borbón, hermano de Fernando VII, sino entre cosmovisiones radicalmente antagónicas de la concepción de la realidad, ya fuera esta política, económica, social, ideológica o religiosa. Si por un lado se enfrentaron los dos bandos mencionados, el liberalismo en sí mismo considerado sufrió una división no menos importante, entre el conservadurismo y el progresismo, con un perfil al final de éste de tinte más radical, que cimentaría las futuras fracturas del espectro político que llevarían al desenlace de los fracasos republicanos y que desembocarían en la contienda civil de inicios del siglo XX.

   El triunfo a la postre del liberalismo, con la instauración en la Transición del Régimen del 78, en su reconciliación conservadora y progresista tradicional, antes de la aparición de los nuevos partidos de corte más radical, gestaron la aparición de una clase política sin poder económico, basculante bajo la batuta del cada vez más poderoso entramado empresarial nacional, que no deja de ser una ramificación de las grandes corporaciones que dominan la Economía mundial. La presencia de las fuerzas tradicionales, carentes de una masa crítica social como instrumento de apoyo, constituyen el reflejo de un pasado aparentemente extinto, que se conserva tan sólo en el espíritu de un porcentaje de la población, carente del poder necesario para modificar el statu quo.

   El sometimiento de la clase política liberal española a los intereses económicos de los grandes grupos empresariales, sin alternativa cierta, conlleva la supeditación de aquella al desarrollo de la agenda impuesta por estos últimos, a la postre de navegar por las turbulentas aguas fruto del cambio de paradigma económico mundial que vive la Economía con el fin del Capitalismo, unido a la reordenación por el poder hegemónico de las grandes superpotencias como son EE.UU., Rusia y China, y sin menospreciar los efectos de la última revolución tecnológica.