lunes, 24 de febrero de 2020

Realidad


   La exposición a toda clase de estímulos, tanto internos como externos, hace que vivamos sumergidos en un mundo cambiante, en constante movimiento, que genera ansiedad e inadaptación. No es, sin embargo, la realidad lo que aparentemente parece, sino lo que hemos decidido que realmente sea. Reaccionamos a la realidad, mediante las suposiciones elaboradas sobre ella, después de sacar nuestras propias conclusiones. De ahí, surge la necesidad de no ir haciendo problemas de las cosas, y de liberarse de los miedos o del encadenamiento de esquemas esclavizadores.

Magallanes-El Cano

  “El Huevo de Colón”, ha sido definido por La Real Academia Española como una “cosa que aparenta tener mucha dificultad pero resulta ser fácil al conocer su artificio”.

   En el imaginario ha quedado la cáscara anclada sobre la mesa y la mano extendida de Cristóbal Colón, señalando su inmanencia. No sería hasta entrado el Siglo XVI, cuando la Corona española iba a dar al mundo un nuevo hito, no sólo a su Historia, sino a la Humanidad, al resolver la diatriba sobre la posible circunnavegación del globo terráqueo. No fue la imaginación de Julio Verne, al escribir y publicar en 1872 la obra que llevaría a Phileas Fogg a demostrar que era del todo posible dar la vuelta al mundo debido al adelanto tecnológico del momento, la que se adelantaría a la realidad de los hechos. Nadie hasta entonces, había recorrido la distancia que bordeaba el mundo conocido. España y Portugal, como hegemones del orbe, se disputaban el primer puesto sobre el control de las rutas orientales, bajo el auspicio del Tratado de Tordesillas de 1494, por el que el Papado había establecido las delimitaciones para la navegación de ambas Coronas.
   En la convección de los dos vectores, la línea divisoria del tiempo se difuminó para crear un puente que imposibilitó evitar el avance de toda proyección hacia el futuro, a pesar de cualquier estado aparente de cambio. El tiempo quiso, que fuera toda una escuadra española, bajo la Corte de Carlos I de España y V de Alemania, la que pusiera fin a la disputa en juego. El 8 septiembre de 1522, los barcos españoles regresaron a puerto, tras haber bordeado el hoy denominado Estrecho de Magallanes, culminando el cruce entre dos mundos, entre dos puertas que jalonan las Columnas de Hércules, simbolizadas por el Plus Ultra de la cristiandad, tras completar, por primera vez, la vuelta al mundo con la simple ayuda del viento y el soplo de la gracia divina, tras tres años de travesía y el regreso de una tripulación más que diezmada.
   La travesía de los Océanos, el Atlántico y el Pacífico, llegando hasta Filipinas y, de allí, hasta Cabo Verde para regresar de nuevo a Sevilla, confirmaba la visión de la redondez de la Tierra de los filósofos griegos, y de Eratóstenes en particular, al haber éste incluso estimado la dimensión de su circunferencia.
   Habían sido los Reyes Católicos, el matrimonio formado por Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, cuyo reinado abarcó el periodo comprendido entre 1475 y 1516, quienes habían sentado las bases del Nuevo Mundo. Tras haber culminado la unión política y religiosa de la Península con la Conquista de Granada en 1492, el 12 de octubre del mismo año la Corona extendió sus dominios, protagonizando una gesta sin precedentes con el Descubrimiento de América, un continente entero, abierto a su paso en busca de las rutas orientales.
   Cuando las sillerías de muchos de los coros de la diversidad de templos repartidos por la geografía se tallaron en madera, España era apenas un Reino por conquistar. Apenas unos años después, América y algunos enclaves de África eran del dominio de una Corona que se había extendido sin apenas límite. Fernando el Católico, se consideraba a sí mismo heredero de Carlomagno, cuyas fronteras se situaron en el interior de la Península Ibérica. El viejo devenir castellano de ultramar, había comenzado la expansión de su ámbito político, religioso y económico.
   Felipe II, heredaría el legado de su padre Carlos I y de los Reyes Católicos. Las gestas marítimas del pasado abrirían las puertas del presente. El Imperio que nació del océano, y que había visto nacer su lengua en la cuna de San Millán de la Cogolla, se extendía ahora por el mundo, culminando una empresa que no sólo albergaría innumerables obras en la propia Península, sino que extendía su legado en innumerables ciudades levantadas en el Nuevo Mundo, declaradas hoy Patrimonio de la Humanidad. España, a diferencia del resto de potencias europeas, levantó Universidades y templos, al tiempo que extendió sus provincias a lo largo y ancho de su basto dominio territorial. Desde El Escorial, a lo largo del sistema montañoso convertido en uno de los bastiones que más cultura alberga de toda Europa, y que culmina la línea que recorre la Sierra de Guadarrama desde el Monasterio de San Antonio, en La Cabrera, el Imperio español no veía ponerse el Sol.
   La edad de oro de los descubrimientos del Imperio Británico, iconizada en la figura de James Cook, tuvo lugar siglos después de las primeras gestas españolas, que no sólo se limitaron a realizar labores de conquista para la Corona española, sino que dieron al mundo las primeras expediciones científicas, que culminarían en La Gran Expedición de Malaspina, entre los años 1789 y 1795, o que darían como resultado otros descubrimientos de primera magnitud, como el de la Antártida por el navegante Gabriel de Castilla. La aportación indiscutible a la catalogación de especies, tanto animales como vegetales, el estudio sistematizado de la botánica, y la incorporación de los nuevos descubrimientos a la medicina, se unieron al reconocimiento de los nuevos territorios y al desarrollo de la cartografía.
   Fueron Empresas que dejaron su impronta en el Real Jardín Botánico de Madrid, lugar de reposo de las muestras de las expediciones, o en el Museo Naval, que alberga el primer mapa que recoge el continente americano.
   Finisterre, el occidente del Imperio Romano, al que Roma había atribuido el fin del mundo, era ahora un punto geográfico del pasado, gracias a la Corona española y a la valía de quienes entregaron su vida en sacrificio por una causa eterna, o tuvieron la suerte de salvarla para ser partícipes de la Historia. El Nuevo Mundo, estaba ahora intercomunicado a través de las rutas marítimas que abrirían sus puertas al comercio y al intercambio entre culturas, adelantándose en el tiempo quinientos años al mundo interconectado de hoy, sin emplear otra tecnología que la rudimentaria técnica de navegación marítima, y adelantando al mismo tiempo el espíritu de la futura exploración espacial. La sonda Magallanes, en actividad durante el periodo comprendido entre 1989 y 1994, realizó labores de exploración, portando su nombre en honor del capitán portugués que dirigió la aventura y que fue llevada, tras su muerte durante la travesía, a buen puerto por el español Juan Sebastián Elcano. 

jueves, 20 de febrero de 2020

Boers


   Una tierra que cultivar, un rifle y la Biblia. Frente a la era de la enferma intromisión en la esfera privada que padecemos y el carácter confiscador que amenaza la propiedad privada, el modelo de aquellos primeros colonos se cierne sobre la esencia de un modelo de vida que reclama, desde la distancia, su recuerdo e imitación. Si sobre el trabajo de la tierra, por parte de hombres libres, se erige una nación de valores y principios compartidos, con la destrucción de su esencia tan sólo puede fomentarse la anarquía, la corrupción y la esclavitud.
   El anhelo de libertad es un configurador elemental de la naturaleza humana, sometida al orden natural de las cosas y no a la posesividad de su razón. La mercantilización de la sociedad, coloca a ésta en una posición de vulnerabilidad que se dramatiza en aquellos que padecen la precariedad de lo elemental para llevar una vida digna. Sin embargo, el ejemplo de aquellos que vivieron en pleno contacto con la naturaleza, en armonía con ella, trabajando la tierra y cuidando el ganado, establecieron el modelo para romper los lazos con la sociedad basada en la cuenta de resultados.