“La lucha contra la mafia debe ser ante todo un movimiento cultural que acostumbre a todos a sentir la belleza del fresco aroma de la libertad que se opone al hedor del compromiso moral, la indiferencia, la contigüidad y, por tanto, la complicidad.” Paolo Borsellino.
La tercera parte de la mítica
película de El Padrino, no es precisamente un significativo imaginario de
ficción, sino la práctica descripción de la realidad, o la presencia del
auténtico crimen organizado en los gobiernos. Michael Corleone, el personaje
creado por la gran pantalla, se refería a los políticos que tienen un pie
dentro y otro fuera de la mafia, o la legalidad si se prefiere, como los
auténticos mafiosos.
Japón acaba de despertar con el
asesinato de uno de sus políticos, a quien cierto sector de la prensa vincula
con Yakuza, el sindicato del crimen del país asiático. No es el del
exmandatario nipón el único caso de un líder vinculado con círculos mafiosos, de
ser cierta la noticia, sino uno más de una larga lista en la que sus miembros incluyen,
además, el uso de paraísos fiscales, la tenencia de auténticas fortunas
alejadas de su país de procedencia y la práctica de negocios lucrativos de
dudosa legalidad.
La corrupción de la política no
equivale a la presencia de políticos oportunistas que pretenden hacer negocio a
la par que su carrera pública, sino que va mucho más allá, y afecta a las
entrañas mismas de un sistema corrupto por naturaleza.