Si la II Guerra
Mundial trajo consigo a su fin el nacimiento de un orden que ha perdurado hasta
hoy en día, la cumbre reciente celebrada en Samarcanda ha roto dicho equilibrio
de postguerra. El orbe geopolítico ha dejado de ser unipolar, bajo el dominio
absoluto de los Estados Unidos, para desgajarse en un bloque del Este que reúne
a China y Rusia como eje principal y al que hay que añadir países como India, Pakistán,
Irán o Turquía. Las pretensiones del nuevo conglomerado no se limitan a jugar su
baza en el escenario de las relaciones internacionales, sino que va más allá
con la construcción de un nuevo sistema financiero propio y el uso de nuevas monedas
distintas del dólar como patrón de cambio. Fricciones al margen, la bipolaridad
previa al Muro de Berlín ha devuelto la guerra fría al momento presente, no
entre dos potencias, sino entre un mosaico de alianzas surgidas al amparo de
uno u otro lado de la línea longitudinal que separa la vertiente occidental de
la oriental, con el presagio en ciernes de un conflicto bélico de proporciones mayores
y no sometido a la voluntad de un acuerdo de intenciones por evitar su
desenlace.
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