“Inglaterra es una nación de tenderos”. Napoleón Bonaparte.
La idea resultaba ser muy simple, lo que había hecho grande a Inglaterra era precisamente el haber sido una nación de tenderos. El Estado no genera trabajo ni riqueza, siendo el ámbito empresarial y la iniciativa privada la responsable de desarrollar tal tarea. A través de la libertad de impulsar la creación de mercado con la finalidad de generar riqueza, reduciendo la fiscalidad y destinando la gravación fiscal a nutrir las arcas estatales a fin de contribuir a la creación de servicios públicos, reducidos eso sí a la mínima expresión, la economía británica superó el denominado consenso Keynesiano, que había estancado el crecimiento a lomos del peso del Estado y el sobrepeso del intervencionismo sindical. Sin embargo, la batuta de Margaret Thatcher distaba mucho de lo que el tiempo se encargaría de traer en materia de liberalización de la economía. Privatizó y liberalizó el sector empresarial, pero con el fin de hacer más competitivas a las empresas, generar empleo y desarrollar la economía de las islas, mediante un capitalismo que hoy se catalogaría de un cierto populismo, al permitir la participación accionarial de los pequeños inversores, el acceso a la vivienda y el respeto a la propiedad privada. Las recetas en el terreno práctico de los Chicago Boys, cristalizaron en la apertura liberal de la economía frente al intervencionismo al uso, sin embargo aquello no sería sino el comienzo de la globalización. Fukuyama anunció el “fín de la Historia” y el derrumbe definitivo del socialismo real, dos años después del también anunciado “nuevo orden mundial”, por parte de un discurso televisado del entonces presidente George H. W. Bush. El capitalismo salvaje del globalismo se reencontró de nuevo con la Historia, dejando a Francis Fukuyama en mal lugar, al quedar obligado a mutar de sistema, proceso en el cual se encuentra inmerso en la actualidad, y al tener que hacer frente a la multipolaridad del nuevo escenario que ha rearmado los viejos principios del mercantilismo clásico, esto es, la protección de la economía mediante la imposición de aranceles e impuestos a la importaciones y el incremento de las exportaciones a fin de equilibrar la balanza comercial, recuperar un cierto grado de control sobre la economía y la política monetaria, así como regresar a los metales preciosos como activo refugio, hoy sustituido por las criptodivisas.
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