lunes, 24 de febrero de 2025

Homo economicus


“… el hombre puramente económico es casi un retrasado mental desde el punto de vista social. La teoría económica se ha ocupado mucho de este imbécil racional aposentado en la comodidad de su ordenamiento único de preferencias para todos los propósitos”. Amartya K. Sen.

 

¡Es la economía, estúpido!, fue la frase que Bill Clinton utilizó para derrotar electoralmente hablando a George Bush y alzarse con la presidencia del país. La postmodernidad no sólo ha creado el individualista, materialista y nihilista hombre masa orteguiano, centrado en el utilitarismo económico de la rentabilidad del beneficio y del consumo, sino que además gobierna el mundo, e ingeniería social mediante, moldea la sociedad a su entera voluntad. Assem habeas, assem valeastanto, el tanto tienes, tanto vales, es ya el único argumento válido para legitimar el poder, al margen de cualquier otra consideración, por más añadidos que traten de incorporarse a su ejercicio.  

miércoles, 19 de febrero de 2025

Conferencia de Múnich

 

“Conferencia de Múnich: una paz dudosa en Ucrania y un pacto sobre minerales en discusión”. france24.com

 

En 1938, los Acuerdos de Múnich firmados por Reino Unido, Francia, Italia y Alemania cedieron a Alemania la región de los Sudeste. Posteriormente, en 1939 Alemania e Italia ampliaron y reforzaron su alianza política en lo que se llamó el pacto de Acero.

Si en aquella ocasión tuvo lugar un cambio de rumbo geopolítico de primer orden, acaba de tener lugar una nueva conferencia, también celebrada en Múnich, de cuya mesa de negociaciones, Rusia y Estados Unidos se han repartido no Checoslovaquia, sino Ucrania y el nuevo orden internacional, del que ha quedado excluida de forma insultante la Unión Europea. Europa, referente del equilibrio de poder a nivel mundial en clave Clausewitz, ha dejado de representar, por primera vez en la historia universal, un papel relevante en el orden internacional.

miércoles, 12 de febrero de 2025

Neopositivismo


   Lejos queda el tiempo en el que Aristóteles creara la filosofía de la ciencia y el método científico, para eludir la explicación meramente mitológica de la realidad de su tiempo. Pero no fue hasta el Renacimiento, cuando la explosión del afán por el conocimiento, cobró carta de naturaleza. Fue entonces, cuando se sentaron las bases del positivismo científico y del empirismo. Fue el Renacimiento la era de Leonardo da Vinci, Galileo y del mayor científico que haya conocido la Historia de la ciencia, Isaac Newton. Hay que recordar que los grandes descubrimientos fruto de los avances científicos y tecnológicos de la época, dieron su fruto con el hallazgo del Nuevo Mundo por parte de los conquistadores españoles, al tiempo que abrieron la mente y el afán por alcanzar nuevas fronteras.

   El problema vino después, cuando bajo la Ilustración en el marco de la Revolución Francesa no se quiso conocer, sino elevar el culto de la razón, asociado a la luz y al progreso del espíritu humano y a las teorías racionalistas, a rango de carácter divino. La Catedral de Notre Deme de París fue el lugar elegido para entronizar a la diosa razón, en honor de la destrucción del fanatismo religioso. En 1973, se celebró en la capital francesa el Festival de la diosa razón, con el propósito de abolir la religión católica. Sin embargo, fueron los defensores de la destrucción del fanatismo religioso, los que cometieron el primer genocidio de la era moderna, cuando tras la ejecución del Rey Luis XVI la región campesina de la Vendée se alzó contra la Revolución. Se estima que unas 200.000 personas, por defender a su Rey y a su religión fueron asesinadas en la Vendée, y que las víctimas totales del proceso revolucionario ascendieron a unas 400.000 víctimas mortales.

   El verdadero siglo de oro de la ciencia llegaría más tarde, en la segunda mitad del siglo XIX, en el que se acumularían los grandes nombres ilustres, como Darwin, Luis Pasteur o Marie Curie. Fueron precisamente los padres de la ciencia contemporánea, quienes determinaron que quizá el ser humano estaba condenado por su propia limitación, ya que las matemáticas, herramienta fundamental de la ciencia, no dejaban de ser sino un mero lenguaje, quizá insuficiente para desentrañar las leyes de la naturaleza en su conjunto, haciendo realidad la frase de Kierkegaard; “los límites del conocimiento, son los límites del lenguaje”.  Pero, por si fuera poco, en 1927 Heisenberg publicó su "Principio de incertidumbre", que sentenciaba que la física era incapaz de determinar la posición exacta de un electrón dentro de un núcleo atómico en un momento dado, y que tal posición sólo podía ser conocida por una aproximación de corte estadística dentro de una probabilidad.

   El principio de incertidumbre, rompía así el endiosamiento ilustrado de la razón, y bajaba el listón del saber científico a la mera humildad de intenciones. 

   Sin embargo, desde el Siglo XX, todas estas consideraciones han sido dejadas de lado, para entrar en el terreno del conflicto, entiéndase la diatriba entre ciencia y fe, o cientifismo frente a cualquier otra consideración, creando problemas donde no debería haberlos, aunque, afortunadamente, tales diferencias se van limando, debido precisamente a los avances científicos que se solapan, hoy más que nunca, con las creencias religiosas. Los avances en la mecánica cuántica, permiten que la superposición de partículas provoque que dos fotones o átomos puedan estar en dos lugares a la vez, o moverse en dos direcciones diferentes al mismo tiempo, o que sea posible teletransportar una partícula de fotones dentro de un espacio físico.

   Sin poner en duda que el conocimiento científico y tecnológico es del todo necesario para el avance de la humanidad, sí sería, por el contrario, necesario eliminar la tensión y el conflicto entre un positivismo científico ortodoxo y una posición de crítica o rechazo de la modernidad, porque son debates que se salen de la órbita del camino correcto del pensamiento científico. La ciencia es atemporal, y no está sujeta a los dictados de ninguna corriente concreta, o moda filosófica, de modo que no le corresponde a la modernidad el derecho a identificarse con la ciencia y mucho menos apropiarse de ella, en beneficio de un conflicto contra épocas pasadas caracterizadas por una religiosidad acérrima, que tampoco tienen su fiel reflejo en la realidad. Así las cosas, Gregor Mendel, el padre de la genética, fue un monje austríaco, Luca Pacioli un fraile franciscano, matemático, que creó la contabilidad por partida doble, Georges Lemaître el sacerdote descubridor de la teoría del Big Bang, o Nicolás Copérnico, uno de los padres de la astronomía moderna, también fue religioso, concretamente, canónigo del cabildo de Frombork.

    Para concluir esta breve exposición y, a fin de continuar con la argumentación, es necesario recalcar que no puede elevarse y aplicarse el dogmatismo del positivismo científico a toda la realidad y, mucho menos, al campo de las ciencias sociales. Dicho estudio puede ser abordado, nutrido y enriquecido desde el campo de la estadística, econometría, neurociencia, biología o psicología, pero tales contribuciones son, simplemente, aportaciones de un conocimiento objetivo que no puede reducir y acotar el campo filosófico, psicológico o sociológico. De lo contrario, debería poder afirmarse que el análisis de la Economía, el estudio científico del Derecho o todo el campo abonado al comportamiento humano es ciencia en estado puro, similar a las matemáticas que describen el desplazamiento de un cuerpo en el espacio.

   Popper, corriente hoy en rigor, sostenía que la ciencia era un producto cuyo fin era resolver problemas a través del método de ensayo y error. Dentro de dicho método, proponía que no había que dar demasiada importancia a los aciertos, pues escapaba a las posibilidades humanas conocer como son las cosas, y que había que descartar definitivamente los fallos, porque a través de saber cómo las cosas no son, era posible acercarse a lo que se buscaba. Para Popper, las posibilidades de la ciencia no estaban en la construcción del conocimiento, sino en su control crítico.

   En palabras escritas por Tasia Aránguez, “Gadamer, principal exponente de la filosofía hermenéutica, considera que el método científico se ha impuesto imparable desde las revoluciones científicas e industriales, difundiendo un determinado modo de acceder a la verdad que presenta una pretensión de univocidad. Confieso que siento cierta incomodidad ante la reduccionista denominación de “ciencias sociales y jurídicas” debido al sesgo hacia las metodologías científicas que dicho nombre presupone en el análisis de las materias abordadas. Las verdades del arte o de la historia han quedado relegadas al plano de lo subjetivo, de lo incierto. Las ciencias sociales están aquejadas de dicha vorágine cientificista. Sin embargo, encuentran problemas para la aplicación de esquemas hipotético-deductivos tales como la mutabilidad de su objeto o que el sujeto observador forma parte de la realidad observada. A las ciencias sociales les interesan cuestiones como el dilema subjetividad-objetividad, el peso de lo ideológico, la ética o la apertura del lenguaje, que requieren ir más allá del método científico. Gadamer sostiene, frente a las críticas de la Escuela de Frankfurt contra su teoría, que su tesis de que en todo acto de comprensión existe una tradición que nos condiciona, no supone una posición conservadora contraria a la emancipación humana. Lo que Gadamer pretende es recordar la importancia de la historia y de las circunstancias sociales sobre el fenómeno de la comprensión y también reivindicar la importancia del “caso concreto” en el conocimiento. El conocimiento no se produce mediante la abstracción racional de un sujeto ideal, sino que el conocimiento es algo que se produce en la vida real de las personas reales”.

   Sirvan, como colofón las palabras de Carlos A. Marmelada, a modo de síntesis:

  “El cientificismo es aquel horizonte intelectual que pretende hacer pasar por conclusiones de la ciencia experimental elementos propios de una filosofía materialista. El cientificismo es, pues, una manipulación ideológica de la ciencia por parte del materialismo, que es siempre una doctrina filosófica y no una conclusión extraíble de los métodos de investigación científica.

   Hablando de esta manipulación científica, Mariano Artigas ha declarado que: "Si un científico utiliza su ciencia arbitrariamente en función de sus preferencias ideológicas, además de faltar a la honradez, es responsable de engañar a su público en temas que tienen una notable importancia vital".

 

viernes, 7 de febrero de 2025

300

 

 “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”. Respuesta al almirante Philips van Hohenlohe ante su oferta de rendición. 

La hazaña protagonizada por el rey Leónidas de Esparta y 300 espartanos que se enfrentaron a un ejército persa inmensamente superior en la batalla de las Termópilas en el año 480 a.C., como respuesta al objetivo de Jerjes, emperador de Persia, de lograr la conquista de Grecia, ha sido loada a lo largo del tiempo y no menos exaltada por la gran pantalla. Sin embargo, las epopeyas y victorias imposibles llevadas a cabo por los españoles a lo largo de su dilatada historia, no sólo no han sido reconocidas, sino que han quedado proscritas por la leyenda negra, cuando no olvidadas por su propio pueblo.

Francisco Pizarro, se enfrentó a todo el imperio inca, reduciéndolo con tan sólo 168 hombres. Hernán Cortés, con poco más de 500 hombres, venció al imperio azteca. Inglaterra movilizó, para atacar Cartagena de Indias, una impresionante flota compuesta por 186 buques y 27.000 hombres bajo el mando del Almirante Edward Vernon. Frente a ellos, Blas de Lezo con unos tres mil hombres y seis navíos infringió una derrota humillante para la armada británica, superior en número a la Armada Invencible. Juan de Austria, en el golfo de Lepanto, en inferioridad numérica frente a la flota otomana, se alzó con la victoria en la batalla que definió el futuro de Europa. Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, en inferioridad de condiciones en la campaña de Italia derrotó a la caballería pesada francesa y al cuadro de piqueros suizo. Alejandro Farnesio, enviado como general del ejército al frente de los tercios en Flandes, ordenó a su ejército auxiliar a la población católica. Tras cruzar el río Mosa y se refugiase en el monte Empel, después de la inundación provocada por el almirante Philips van Hohenlohe-Neuenstein, un soldado encontró una imagen de la Inmaculada Concepción, hoy patrona de España por aquel hecho. Milagrosamente, el río se congeló, permitiendo a los tercios alzarse con la victoria frente a los soldados holandeses.

sábado, 1 de febrero de 2025

Administración española


   España debe a su más señera tradición, el haber de la edificación de su organización administrativa, habida cuenta de su consideración como una de las naciones más antiguas del mundo. El reino en herencia conquistado, tras una guerra civil, por parte de Isabel de Castilla, supuso en su inicio el despertar de un imperio, a cuya aventura tuvo que ser entregada la edificación de la arquitectura del Estado. Instituciones presentes hoy en la actualidad, se erigieron de la nada o a fuerza de lo habido, sin dilucidar el menosprecio al paso del tiempo como vertebrador de su consolidación. Lo Reyes Católicos crearon una Chancillería o Tribunal Superior de Justicia, establecieron las Contadurías Mayores de la Hacienda para ejercer el control de las Cuentas, nombraron al primer embajador con carácter permanente, organizaron la Santa Hermandad como grupo policial y, fue bajo su reinado, no menos despreciable la labor de las Cortes, como órgano de representación de las ciudades. Carlos V,  instauró como órgano consultivo el Consejo de Estado y, asentó sobre su corona, el resultado de la hazaña de los grandes descubrimientos del Nuevo Mundo, fundando ciudades, hospitales y universidades, y añadiendo a la administración imperial las Capitanías Generales en el ámbito militar, la figura de los Corregidores o gobernadores, que a su vez, nombraban a los tenientes o administradores de las ciudades de su jurisdicción, las Audiencias, encargadas de los asuntos jurídicos, con jurisdicción en una ciudad, los Cabildos, hoy ayuntamientos, así como los Regidores y  Alguaciles. Fernando VII dará origen a la instauración del Consejo de Ministros, antes de culminar sobre el Convento del Espíritu Santo, la colocación por parte de Isabel II de la primera piedra del actual Congreso de los Diputados. Reinado, el de la reina Isabel, regido bajo la suprema norma de la Constitución española de 1845, que sustituyó a la de 1837 vigente bajo su minoría de edad.