“Volvían por las noches con las manos vacías, extendíase con gran vehemencia sobre la calamidad que representa el hábito de la pereza y la ociosidad, e inculcábales la necesidad de una vida activa, enviándolos a la cama sin cenar”. “Oliver Twist", Charles Dickens.
La pobreza, pero, sobre todo y, antes que nada, el miedo
a no tener nada y, vivir bajo la condena de tener que hacerlo a expensas de
carecer de todo, hace que la persona se aferre a aquello que, a sabiendas de
que sea injusto o inmoral, pueda mantenerla con vida, aunque sea consciente de
su situación y de la explotación a la que pueda verse sometida. Si bien,
parecía que las conquistas liberales habían formalizado, o constitucionalizado
para ser más exactos, los derechos y libertades del individuo, no son sino sus
reglas económicas las que, bajo el paraguas de un ordenamiento jurídico,
supuestamente garantista, viola las leyes laborales en el seno de sus empresas
y en el juego del mercado, sumiendo al trabajador en horarios que superan con
creces la jornada laboral máxima permitida o condenándolo a subsistir con
salarios que impiden el acceso a los más elementales bienes o servicios,
capaces de asegurar una vida digna.
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