Si bien la consumación de la
consecución de los altos grados de las artes marciales, conlleva el
conocimiento técnico para desarrollar las destrezas necesarias y reunir las
habilidades suficientes para el combate, la mente necesariamente puede no estar
desarrollada a la misma altura y, por ello, es susceptible de la potencialidad
de caer en la no superación del miedo interior o las limitaciones impuestas por
sus propios fantasmas.
El teatro puede verse desde una perspectiva recreativa o
simplemente ociosa, aunque su origen mismo delata la trascendencia de su propia
naturaleza respecto a una simple actividad de distracción.
El actor, al igual que el artista marcial, debe superar
el pánico escénico y controlar su mente para transmitir al espectador un mensaje
que, a su vez, repercutirá en la propia psique del receptor. Se produce así un
efecto terapéutico, fruto de la propia teatralidad de la representación de la obra
escrita a la intemperie de la imaginación de un escritor.
La ejecución grupal de un kata, la puesta en escena de la
teatralidad de una representación y la psique del artista marcial, la del actor
y la del espectador se unen así en el ejercicio de una actividad coordinada y terapéutica
al mismo tiempo, a la vez que disciplinada en sus vasos comunicantes, bajo el
ejercicio de la manifestación del lenguaje no sólo verbal, sino no verbal, como
vehículo trascendental de la manifestación de la verdadera y trascendente conciencia
liberada de sus propios anclajes.
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