El principal problema añadido a la descripción de la actualidad
reside en la inexistencia de parámetros o teorías claramente definidas para
poder interpretarla, es decir, el mundo en su vertiente actual está en
construcción o en constante transformación y, si bien no está dejado totalmente
a la deriva, sí existe como factor en curso un elemental grado de
incertidumbre.
Los viejos esquemas del Estado ya no sirven para
describir el funcionamiento de los países, tanto en su vertiente interna como
externa, las teorías económicas clásicas tampoco sirven de referente para explicar
el funcionamiento de la economía, y los cambios habidos son de tal calado que la
propia velocidad a la que tienen lugar hace imposible detenerse a analizar el
proceso del propio cambio.
Sin embargo, todo afecta a la existencia de retos
aparentemente insalvables que atentan contra los valores tradicionales, o a conceptos
tales como la libertad individual, el equilibrio, la paz internacional, la seguridad
o la propiedad privada.
El fenómeno globalizador está tratando de imponerse como un
nuevo orden que trata de desbancar al viejo, llevándose consigo todo cuanto encuentra
a su paso, sin otra resistencia que apenas ciertos resortes aislados sin
aparente organización. La impronta de legislaciones comunes en la mayor parte
de los países desarrollados, la agenda impuesta en todos ellos sin otra suerte
de oposición, o el denominador común de los gobiernos supeditados a los
intereses financieros, presentan un panorama en apariencia desolador para el
conjunto de los pueblos, cada vez más indefensos ante el horizonte de sucesos
que el futuro más inmediato presenta como una realidad inevitable.
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