“La nueva administración del presidente Donald Trump viene sosteniendo que los ODS promueven una forma de “gobernanza global blanda” que impone políticas ajenas a las prioridades del país, particularmente en temas como el cambio climático y la equidad de género. Como resultado, Estados Unidos decidió no reafirmar su compromiso con estos objetivos internacionales y se distanció de iniciativas multilaterales en materia de sostenibilidad y desarrollo”. sustenomics.com
Si bajo el mandato
de Franklin D. Roosevelt, personajes como Harry Hopkins malograron las
relaciones occidentales al amparo de la dualidad de la política exterior
norteamericana, posiblemente bajo las premisas descritas por Antony Sutton en
su libro “Wall Street y los Bolcheviques”, no es de extrañar que la Agenda 2030
propugne como uno de sus dogmas de fe el advenimiento del fin hegemónico de los
Estados Unidos. A pesar de que la prensa oficialista haya emitido noticias,
como la expulsión en algún momento puntual de algún patriarca de los Rothschild
de Rusia, por parte de su primer mandatario Vladimir Putin, lo cierto es que
Giovanni Salvetti, presidente de Rothschild en aquel país, entre vuelo y vuelo
por tierras rusas llegó a escribir y publicar un libro de temática infantil dedicado
a sus propios hijos. Rusia y China se reparten la tríada de la polaridad
mundial, en un enfrentamiento claro y directo contra los Estados Unidos,
mientras Moscú y Hong Kong atesoran a los principales banqueros del mundo (sic)
Christine Lagarde sugirió ya en 2017 que podría en una década trasladar a Pekín
la sede del FMI, si China continuaba con su tasa de crecimiento económico. Si
por último y, por extensión, atendemos al sometimiento del resto de países de
la órbita occidental a los dictados del progresismo wokista, el modelo de
crédito social chino no será el atributo del gigante asiático, sino el modelo
del nuevo gobierno mundial.
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