“Gato negro o gato
blanco, lo importante es que cace ratones”. Deng Xiaoping.
El
capitalismo necesita, en la forma de su libre mecanismo de actuación,
liberalizar el mercado y reducir la intervención de los gobiernos. Sin una
maximización constante y sostenida en el tiempo del beneficio, su sistema se
desmoronaría, razón en virtud de la cual una sociedad libre se convierte así en
una amenaza clave para su propia supervivencia. Es por ello, que un régimen que
coarte la libertad individual y limite los recursos y la propiedad colectiva a
través de un control estatal, se torna un hecho necesario para el correcto
funcionamiento del sistema capitalista.
1972,
inició un nuevo paradigma, con la visita de Nixon a la China comunista de Mao,
bajo el pretexto de Kissinger de acercarse a dicho país con la intención de
equidistarse frente a la URSS. Lo cierto es que, a partir de entonces, el
gigante asiático inició una transformación económica que llevó al país
comunista a la práctica de una economía capitalista, bajo el prisma de una
filosofía política basada en el pragmatismo de Deng Xiaoping.
China
no sería hoy el país que es sin la tarea ingente de Occidente, o más bien sin
la labor de la élite occidental, que durante las últimas décadas ha llevado a
cabo una billonaria inversión de capital y una transferencia inagotable de
recursos y tecnología a un país dictatorial, que ejerce un férreo control sobre
la población.
Se
acaba de aprobar en España la Ley de Movilidad Sostenible, una ley que limita
la libre circulación y que controla la identificación electrónica y
digitalización de la generación de datos abiertos en la gestión del transporte de
los ciudadanos. Occidente se equipara de este modo al sistema de control social
arraigado en países como la mencionada China, dejando libre la acción de un
Capitalismo sin fronteras, que sólo en España en 2024 movió,
en forma de fondos de inversión, 399.000 millones de euros, al
mismo tiempo que nuestro país registraba una tasa de riesgo de pobreza relativa
entorno al 20%.
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