“En el año 2159, los seres humanos se dividen en dos
grupos: los ricos, que viven en la estación espacial Elysium, y todos los
demás, que sobreviven como pueden en una Tierra devastada y superpoblada.
Rhodes (Jodie Foster), una dura gobernante, promueve una rígida ley
antimigración, cuyo objetivo es preservar el lujoso estilo de vida de los
ciudadanos de la estación espacial. A pesar de ello, los habitantes de la
Tierra harán todo lo posible por emigrar a Elysium. Max (Matt Damon) acepta una
misión casi utópica, pero que, si tuviera éxito, significaría la conquista de
la igualdad entre las personas de esos dos mundos tan opuestos.” (Filmaffinity).
Futurista, pero tan llena de actualidad como la realidad,
Elysium presenta la descripción de un mundo cuyo germen está entre nosotros. La
distancia entre ricos y pobres se hace del todo notoria en la sociedad actual.
La brecha tecnológica y las oportunidades abiertas para un reducido número de
personas, prevén vislumbrar un futuro radicalmente dividido entre un reducto
carente de necesidades básicas; superpoblado y contaminado, a quien les es
administrada la Justicia a través de la IA robotizada; y una élite desenvuelta
al margen de la realidad de la mayoría.
Lejos de tender puentes hacia la concreción de las
relaciones humanas y el derribo de las fronteras levantadas entre ellas, uno de
los vectores, bajo el que se tensa la cuerda del futuro, converge precisamente
hacia todo lo contrario, dirigiéndose a un escenario oligárquico de dominadores
absolutos y esclavos, de poseedores de toda la riqueza frente quienes no
disponen de lo necesario para vivir y a un mundo sin fronteras para unos y de
límites o rejas para otros.
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