domingo, 1 de octubre de 2023

Superstición


            “Al ser incapaz de hacer que la gente sea más razonable, he preferido ser feliz lejos de ellos”. Voltaire.

            Dentro de la mitificación de cuantos acontecimientos han transcurrido a lo largo de la historia, es moneda corriente del pensamiento contemporáneo ver el más remoto pasado como la insignia de un mundo libre y alejado de prejuicios, motor del pensamiento racional y originariamente democrático, como el ser helénico, o enteramente constructor del mundo ordenado, sirva de ejemplo el romano, o impulsor del espíritu, al albor del cosmos oriental, o la elevación del alma por medio de la expresión artística o meramente pragmática, al más puro estilo renacentista. Toda esa elevación a las cumbres de la imaginación, se acerca o se aleja de la realidad histórica, a medida que la distancia se rompe por medio del análisis desasido de las emociones e impulsos sostenidos. También se vende que dicho pasado evolutivo, se eleva por encima de la irracionalidad, el oscurantismo, los prejuicios, los dogmas o las supersticiones. Lo cierto, es que a medida que la cristiandad va ahogando sus pasos en los últimos estertores de lo que fue, ya consumado su quehacer civilizatorio, su impronta dejada en el testimonio mudo de las piedras que erigen catedrales en honor a su credo, la sociedad contemporánea es un sinsentido de mezcolanza varia de doctrinas y seudoteorías esotéricas, más o menos puras, adulteradas, impuras o simplemente elaboradas, mezcladas y falsas, no exentas precisamente de creencias fabulosas, mágicas, supuestamente transcendentales, supersticiosas por naturaleza, adivinatorias o simplemente inasumibles.

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