El final de la I Guerra Mundial, supuso la desaparición
de los imperios al uso que materializaban la organización sobre el terreno de
un orden perfectamente establecido, para dar paso a nuevos conceptos de
naturaleza estatal, económica y política, como podía ser el despegue de los
Estados Unidos, como gran potencia incipiente llamada a convertirse en el gran
hegemón tras la siguiente conflagración de corte mundial, o el nacimiento de
los totalitarismos en suelo europeo.
Tras la nueva disyuntiva que supuso el nacimiento de
nuevos estamentos sociales, abandonada la ya tradicional suerte de organización
del antiguo régimen, conceptos como el proletariado, la burguesía, la clase industrial
o el poder financiero, se asentaron en el ideario y se entremezclaron en un
cóctel bajo el prisma atento de una élite social y económica que consideraba
rentabilizar el cociente de dividir tales factores en provecho de su poder e
influencia sobre una nueva dimensión, la masa social. El foco de atención del
poder de dominio se centraba, bajo cualquier parámetro político de reciente
creación, en controlar a la opinión pública, ya nacida en el espectro de la era
napoleónica, y tener bajo buen recaudo de óptima sintonía a la burguesía.
Así las cosas y, tras la total conversión de esa élite en
el antagonismo explícito de cualquier expresión democrática, habida cuenta de
su explosión unísona de poder económico omnímodo, la burguesía sobrante y el
círculo necesario de la gran dimensión de masa social considerada, es ahora
objeto de despojo y desatención de sus derechos y necesidades más básicas, al
no existir contrapeso alguno en el balance de poderes y como consecuencia de la
desamortización de cualquier ente de naturaleza estatal.
Hay quien piensa, o quiere ver que el mundo multipolar
naciente, es el eje de coordenadas de tal equilibrio de vectores contrapuestos,
olvidando que tal espejismo es meramente una ilusión del nuevo orden a la hora
de llevar a cabo el reparto entre los sujetos activos de la geopolítica de
aquellos resortes que los elementos geoeconómicos traen consigo, o que las
necesidades de los avances tecnológicos conllevan, sin alterar el orden de
propiedad de tales recursos.
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