Haciendo un reduccionismo
histórico, se puede comprender cómo hemos llegado al momento presente. El
origen se encuentra en la época imperial española. Todavía en Madrid están las
calles dedicadas a los banqueros alemanes de Carlos V.
“Los
integrantes de la Familia Fugger o Fúcares fueron un clan familiar de
empresarios y financieros alemanes que llegaron a constituir uno de los mayores
grupos empresariales de los siglos XV y XVI, siendo precursores del capitalismo
moderno, junto con los Médicis y los Welser. A lo largo del siglo XV se
produjeron en Europa una serie de fenómenos económicos que dieron como
resultado la aparición de grandes fortunas con gran capacidad de influencia
política. En la segunda década del siglo XVI, ocurrió la muerte del emperador
Maximiliano I (1519) que dejó vacante la corona del Sacro Imperio Romano
Germánico, a la que aspiraban el rey de Francia Francisco I y el nieto de
Maximiliano, Carlos de Austria (el futuro emperador Carlos V).
La
elección de un nuevo emperador estaba a cargo de siete electores (los
arzobispos de Colonia, Maguncia y Tréveris, y los príncipes de Bohemia,
Sajonia, Brandemburgo y el Palatinado). Antes de su muerte, Maximiliano compró
los votos de cinco de los siete electores para su nieto, con dinero
suministrado por los Fugger, y Carlos fue elegido por unanimidad.
Este
acontecimiento marca el capítulo más influyente de la dinastía, otorgándole un
lugar destacado en la historia europea del siglo XVI y haciéndola a su vez
parte importante de la conquista de América”. Wikipedia.
Los banqueros acumularon
principalmente riquezas gracias al enfrentamiento entre las potencias europeas.
(Aprendieron que para ganar dinero se necesita una guerra, y por eso hoy buscan
enemigos o los crean. Armaban a los dos bandos y se enriquecían). Para
financiar las campañas del Imperio, los Emperadores recurrieron a los bancos.
Al final, toda la riqueza de América y las arcas de las haciendas terminaron en
manos de los banqueros, que se convirtieron en una élite económica con el paso
del tiempo.
Llegaron a acumular tanto
poder económico, que sentaron al Rey de Inglaterra y le dijeron -tú y yo somos
iguales ante la Ley-, principio del cual nació la Common Law, y en la
Revolución Francesa directamente lo guillotinaron, armaron a Napoleón y ya con
él en el trono intentaron crear el Nuevo Orden Mundial.
En el Siglo XIX, en
Estados Unidos, una serie de personas de origen humilde, hicieron fortuna. El
caso paradigmático es Rockefeller. Estas familias operaban inicialmente de
forma autónoma. Una se hizo con el control del petróleo, otra con el de los
telégrafos, el acero, los ferrocarriles, etc. Todas ellas se reunieron y
comenzaron a tener no sólo vínculos, sino que también entraron en contacto con
los viejos banqueros europeos. Al reunirse observaron que podían tener un mayor
beneficio si invertían en proyectos conjuntos, tanto a nivel nacional como
internacional, siempre dentro del contexto creado por la Doctrina Monroe. Es
decir, los beneficios de la industria del acero norteamericana, se podían
invertir en comprar la agricultura mexicana, por ejemplo, excluyendo la
intervención de cualquier potencia extranjera.
Estas familias, en su
ascensión, se encontraron con un problema reflejado en las legislaciones tanto
nacionales como internacionales que no eran favorables a sus intereses. A
partir de entonces, comenzaron a extender sus tentáculos. Mientras colocaban a
un sobrino de gobernador de un Estado para que modificara las leyes y hacer que
pudieran negociar, invertir o producir, armaban milicias o daban un golpe de
Estado en Sudamérica y ponían a un títere que gobernase para ellos. Pasado el
tiempo, controlaron la política, los sectores estratégicos y el poder
financiero. Planificaron a largo plazo, terminaron con los grandes imperios a
través de las guerras mundiales y financiaron la Revolución del 17 en Rusia. A
comienzos del siglo XX, la élite comenzó a actuar como un sujeto de pleno
derecho en los asuntos de política internacional, con el fin de doblegar ésta a
sus intereses. Los Rockefeller financiaron al ejército rojo de Trotsky y
vendieron el combustible a Hitler durante la II Guerra Mundial.
Tras la II Guerra Mundial
y la caída del Muro de Berlín, la élite se hace con el núcleo central de la
Economía Mundial, los sectores vitales y los recursos minerales y naturales,
disponiendo de todo el campo abierto a su disposición. Aproximadamente unas
quinientas multinacionales controlan toda la Economía y acaban de iniciar la
minería y el entramado empresarial espacial. No tienen patria, y únicamente
atienden a sus intereses económicos.
Ahora, que es a donde
hemos llegado, la superestructura de poder que surge de la unión entre los
viejos banqueros europeos y los magnates del S. XIX norteamericanos, está
implantando su propia agenda, el Nuevo Orden Mundial, bajo la dirección de una
clase política meramente instrumental. Se trata de crear un gobierno único,
desmantelar el Capitalismo, instaurar un nuevo sistema financiero cuántico,
hacer desaparecer el dinero físico para reemplazarlo por las criptodivisas,
establecer una religión única basada en el ecologismo y la sustentabilidad del
planeta, reducir la población, abolir la propiedad privada, establecer el
control de los grandes medios de comunicación, destruir la familia, desmantelar
los Estados nacionales, controlar la educación, implantar la ideología de
género, etc.
El devenir político
moderno en España arranca bajo el reinado de Isabel II, sin menospreciar el
reinado de los Austrias menores y los primeros Borbones. Arrastrando los
problemas surgidos bajo la Guerra de los Treinta Años con la sublevación de
Cataluña, en la guerra de los Segadores durante el reinado de Felipe IV, los
problemas sucesorios de Carlos II y la repetición del problema de la sucesión
dinástica con la muerte de Fernando VII, la guerra sacudirá a la Península
Ibérica enfrentando al bando tradicionalista frente a los defensores liberales
de Isabel I. En el campo de batalla no se dirimió sólo la contienda por la
sucesión al trono entre la futura reina y Carlos María Isidro de Borbón,
hermano de Fernando VII, sino entre cosmovisiones radicalmente antagónicas de
la concepción de la realidad, ya fuera esta política, económica, social,
ideológica o religiosa. Si por un lado se enfrentaron los dos bandos
mencionados, el liberalismo en sí mismo considerado sufrió una división no
menos importante, entre el conservadurismo y el progresismo, con un perfil al
final de éste de tinte más radical, que cimentaría las futuras fracturas del
espectro político que llevarían al desenlace de los fracasos republicanos y que
desembocarían en la contienda civil de inicios del siglo XX.
El triunfo a la postre
del liberalismo, con la instauración en la Transición del Régimen del 78, en su
reconciliación conservadora y progresista tradicional, antes de la aparición de
los nuevos partidos de corte más radical, gestaron la aparición de una clase
política sin poder económico, basculante bajo la batuta del cada vez más
poderoso entramado empresarial nacional, que no deja de ser una ramificación de
las grandes corporaciones que dominan la Economía mundial. La presencia de las
fuerzas tradicionales, carentes de una masa crítica social como instrumento de
apoyo, constituyen el reflejo de un pasado aparentemente extinto, que se conserva
tan sólo en el espíritu de un porcentaje de la población, carente del poder
necesario para modificar el statu quo.
El sometimiento de la
clase política liberal española a los intereses económicos de los grandes
grupos empresariales, sin alternativa cierta, conlleva la supeditación de
aquella al desarrollo de la agenda impuesta por estos últimos, a la postre de
navegar por las turbulentas aguas fruto del cambio de paradigma económico
mundial que vive la Economía con el fin del Capitalismo, unido a la reordenación
por el poder hegemónico de las grandes superpotencias como son Estados Unidos,
Rusia y China, y sin menospreciar los efectos de la última revolución
tecnológica.
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