domingo, 10 de marzo de 2024

Neopaganismo

 

“También los primeros cristianos sabían muy bien que el mundo estaba gobernado por demonios, y que quien se dedica a la política, es decir, con el poder y la violencia como medio, entra en un pacto con poderes diabólicos, y que por sus acciones no es cierto que sólo el bien pueda provenir del bien y sólo el mal del mal, pero a menudo sea todo lo contrario. Cualquiera que no vea esto es, de hecho, un niño en la política”. El Manifiesto Nacional Bolchevique. Karl Otto Paetel.

Hobbes describió el estado de naturaleza como el estadio previo a la civilización. Un estado de naturaleza salvaje, en el que la ley del más fuerte imperaba sobre cualquier otro principio.

Si atendemos a los pueblos de la antigüedad, encontramos en ellos una sociedad fuertemente estratificada, en cuya base estaban quienes no tenían nada, frente al dominio de una auténtica minoría social. En todas las culturas antiguas existía una materialización de deidades y, en algún extraño caso como el referido a Akhenatón, tan solo una, generalmente vinculada con la iluminación y plasmada bajo la simbología solar, en contraposición a entidades de corte oscuro, como la serpiente, a las que se ofrendaba en no pocas ocasiones con el sacrificio humano.

Fue Kierkegaard quien diferenció entre una fase estética, ética o teológica. El eslabón más bajo de la condición humana, según el filósofo, no es sino la existencia de lo inmediato o lo puramente instintivo, en contraposición al estadio superior como es el teológico.

Si atendemos a los pueblos que conformaron la humanidad en su periodo anterior al nacimiento de la civilización, encontramos a aquellos en su vertiente de connatural simbiosis con el estado de convivencia con la naturaleza en su estricto sentido físico, al margen de una fase puramente estética y con tintes de una incipiente manifestación de comprensión metafísica, rota por el progreso que sumió a la estirpe humana en el devenir del poder, el dominio y la violencia como manifestación de su ejercicio.

Fue el cristianismo el encargado de romper aquella dirección y situar en el centro teológico, alejado de la estética, una clara ruptura con el estado de naturaleza salvaje, cuyo efecto supuso la elevación de cualquier miembro de la sociedad a la condición propia de la dignidad humana, desvinculada de la adoración de sus ídolos, y convertida en su conjunto en la manifestación de la expresión de la doctrina social como elemento esencialmente civilizador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario