El gran estadista
francés, concebía la Europa de occidente como una “agrupación política,
económica, cultural y humana, organizada para la acción, el progreso y la
defensa”. Era, por tanto, defensor de una Europa de las patrias vehiculada
mediante la autonomía de los Estados.
Frente a la posición francesa tras la II Guerra Mundial,
en el país vecino, Alemania, Adenauer hacía resurgir de las cenizas a la nación
germana no sólo para sumirla en un referente continental como soberanía propia,
sino para consagrarla al gran proyecto globalista de la Unión Europea.
El tiempo no ha hecho sino resurgir la figura del general
que rescató a Francia, no sólo como referente de una época; quizá ya extinta en
valores, pero aún cercana en la distancia; sino como una ecuación todavía
servible en el escenario de una Europa fragmentada, carente de soberanías
nacionales, extirpada de su cultura, hundida en la crisis económica, sometida a
los intereses meramente atlantistas, cuando no escenario propio de sus disputas
y abandonada al riesgo cada vez más cercano de otra conflagración de corte
nuevamente mundial.
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