Si algo ha
caracterizado el denominador común de cualquier época, es la existencia de
sujetos de primer orden en el terreno geopolítico, así haya sido la
denominación de sus formas de gobierno, ya hablemos de imperios, monarquías o
repúblicas. La forma externa de organización no ha vaciado de contenido o
añadido ningún valor al hecho mismo de la ostentación del mencionado carácter
hegemónico. La primacía del poder de cualquier potencia mundial, eso sí, se ha
sustentado sobre la existencia de un Estado fuerte. Cuando dicha realidad se ha
hecho presente, y el predominio del poder ha recaído sobre gobernantes
centrados en el bien común, que han dejado hacer a mentes privilegiadas, delegando
sobre sus espaldas la innovación y creación de nuevas realidades, la sociedad
ha alcanzado su máximo nivel de desarrollo posible.
Hoy, vivimos el desmontaje de ese principio sustentador
de toda sociedad como es el Estado, arrebatado de la posibilidad de trabajar
para la construcción y edificación de la sociedad. El poder real, que no es
otro que el financiero como eje vertebrador del económico, encarnado en las
grandes corporaciones, ha colonizado las instituciones públicas para hacerse
servir de su influencia en beneficio de sus propios intereses. El resultado
obvio, no es otro que el desabastecimiento de los servicios esenciales para
atender las necesidades básicas de la ciudadanía y la división social de todo
orden.
No hay comentarios:
Publicar un comentario