martes, 7 de mayo de 2024

Seguridad Social


   Desde los albores mismos de la civilización hay quien ha visto, sin verdadero criterio, el origen de la Seguridad Social, al menos en su sentido más técnico posible, en ejemplos como el protagonizado por el imperio de Roma, cuando concedía a los soldados que habían prestado su servicio en el ejército a lo largo de su vida militar, un terreno y un estipendio pecuniario. Hay autores que han atribuido a tal pago un carácter prestacional de jubilación, en detrimento de su verdadero carácter de recompensa. Los soldados romanos no tendían un derecho reconocido a la jubilación, sino que tan sólo aquellos que completaban todos los años de servicio militar, eran recompensados por Roma. Otros autores, como el profesor Antonio Piñero, atribuyen el triunfo del cristianismo en sus primeras andanzas a la invención de una suerte de Seguridad Social, que atrajo sobre todo a los más necesitados y que provocó la extensión y la influencia social de la nueva religión que aportaba un socorro inexistente fuera de su esfera de actividad. A lo largo del tiempo, la monarquía y los imperios del Antiguo Régimen, se prodigaron en el desarrollo de obras sociales, materializados en la construcción de hospitales para desamparados, hospicios, centros de enseñanza y otras obras de singular sentido. Tal empresa, sin menoscabar su vital importancia, se encuadraba dentro del hacer social en el marco de una fuerte impronta de raíz cristiana, que en absoluto tenía ningún carácter similar a lo que hoy podemos considerar como verdadera Seguridad Social.

   El siglo XIX había amanecido bajo el influjo napoleónico, entre una confrontación entre las ideas ilustradas y la tradición, para finalizar la época decimonónica en una auténtica eclosión de movimientos sociales, cuando menos sumergidos en un flujo de deconstrucción de marcado tinte revolucionario. El comunismo, anarquismo, sufragismo o el feminismo nacían entre los últimos estertores imperiales, la descomposición de una época, la incipiente incursión del liberalismo y el nacimiento de un nuevo horizonte que traería dos conflagraciones mundiales en los primeros inicios del siglo XX.

   Consolidados tales movimientos, la aristocracia, Bismark en Alemania y Churchill en Gran Bretaña, popularizaron los seguros a tenor de dispensarlos al conjunto del pueblo, con el objeto de atemperar la amenaza de ver convertidos sus respectivos países en feudos sovietizados. En la esfera del sector financiero ya existían desde el siglo XVII las primeras compañías de seguros, como la emblemática Lloyd´s británica, cuyo origen se remonta al aseguramiento de los cargamentos y sus posibles pérdidas habidas en el transporte marítimo y que, andando el tiempo, darían lugar a otras compañías anónimas que cubrirían el ramo de los seguros de vida y otras contingencias protegidas.

   Así las cosas, cuando Bismark había dotado al pueblo alemán de seguros sociales, Churchill encargó a un ingeniero social, William Beveridge, la elaboración de un plan con el fin de crear un sistema de Seguridad Social, que en uno de sus primeros informes acuñó el término de Estado de Bienestar. El éxito de Beveridge fue recompensado con su nombramiento como miembro de la Cámara de los Lores y, desde entonces, las democracias occidentales se asientan bajo la arquitectura del Welfare State.

   La edificación de la Seguridad Social, no sólo se aferró y circunscribió a la esfera de Gran Bretaña y Alemania, o más tarde a Francia de la mano del propio De Gaulle quien, bajo una clara influencia de Beveridge, implantó un sistema de Seguridad Social que marcaría la impronta de la Cuarta República francesa, sino que los totalitarismos del siglo XX se entregaron con auténtico esfuerzo a desarrollar un sistema de protección social. El fascismo italiano tuvo una más que significativa importancia en el asentamiento de las bases para la implantación de políticas sociales que cristalizaron en una Seguridad Social para todos los italianos. Tales políticas se vieron también improntadas en la genética de otras corrientes, como la falangista, que de igual modo a como había ocurrido en Italia, supusieron el germen que cristalizaría en un sistema público de Seguridad Social en España.

   El nacimiento de la Seguridad Social, como tal, no ha sido sino una concesión de marcado carácter temporal, en el sentido de suscripción a una época concreta, en el que la amenaza del triunfo del comunismo, la influencia de ciertos movimientos sociales en consonancia, el juego geoeconómico y el reparto geopolítico llevó a una élite a crear un sistema que consolidase la paz social en las grandes democracias y movimientos totalitarios de marcado carácter contrarrevolucionario.

   Todo ello, explica que la desaparición del Muro de Berlín supuso la caída de una contraoferta al modelo occidental y, por tanto, el inicio del desmantelamiento continuo del Estado de Bienestar, a pesar del nuevo reordenamiento que los BRICS han protagonizado en el tablero geopolítico mundial.

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