España debe a su más
señera tradición, el haber de la edificación de su organización administrativa,
habida cuenta de su consideración como una de las naciones más antiguas del
mundo. El reino en herencia conquistado, tras una guerra civil, por parte de
Isabel de Castilla, supuso en su inicio el despertar de un imperio, a cuya
aventura tuvo que ser entregada la edificación de la arquitectura del Estado. Instituciones
presentes hoy en la actualidad, se erigieron de la nada o a fuerza de lo
habido, sin dilucidar el menosprecio al paso del tiempo como vertebrador de su
consolidación. Lo Reyes Católicos crearon una Chancillería o Tribunal Superior
de Justicia, establecieron las Contadurías Mayores de la Hacienda para ejercer
el control de las Cuentas, nombraron al primer embajador con carácter
permanente, organizaron la Santa Hermandad como grupo policial y, fue bajo su
reinado, no menos despreciable la labor de las Cortes, como órgano de representación
de las ciudades. Carlos V, instauró como
órgano consultivo el Consejo de Estado y, asentó sobre su corona, el resultado
de la hazaña de los grandes descubrimientos del Nuevo Mundo, fundando ciudades,
hospitales y universidades, y añadiendo a la administración imperial las
Capitanías Generales en el ámbito militar, la figura de los Corregidores o
gobernadores, que a su vez, nombraban a los tenientes o administradores de las
ciudades de su jurisdicción, las Audiencias, encargadas de los asuntos
jurídicos, con jurisdicción en una ciudad, los Cabildos, hoy ayuntamientos, así
como los Regidores y Alguaciles. Fernando
VII dará origen a la instauración del Consejo de Ministros, antes de culminar
sobre el Convento del Espíritu Santo, la colocación por parte de Isabel II de
la primera piedra del actual Congreso de los Diputados. Reinado, el de la reina
Isabel, regido bajo la suprema norma de la Constitución española de 1845, que sustituyó
a la de 1837 vigente bajo su minoría de edad.
Rubén López
"Un pedazo de pan, un vaso de agua, un buen libro". Galdós.
sábado, 1 de febrero de 2025
Administración española
miércoles, 1 de enero de 2025
Thatcher
“Inglaterra es una nación de tenderos”. Napoleón Bonaparte.
La idea resultaba ser muy simple, lo que había hecho grande a Inglaterra era precisamente el haber sido una nación de tenderos. El Estado no genera trabajo ni riqueza, siendo el ámbito empresarial y la iniciativa privada la responsable de desarrollar tal tarea. A través de la libertad de impulsar la creación de mercado con la finalidad de generar riqueza, reduciendo la fiscalidad y destinando la gravación fiscal a nutrir las arcas estatales a fin de contribuir a la creación de servicios públicos, reducidos eso sí a la mínima expresión, la economía británica superó el denominado consenso Keynesiano, que había estancado el crecimiento a lomos del peso del Estado y el sobrepeso del intervencionismo sindical. Sin embargo, la batuta de Margaret Thatcher distaba mucho de lo que el tiempo se encargaría de traer en materia de liberalización de la economía. Privatizó y liberalizó el sector empresarial, pero con el fin de hacer más competitivas a las empresas, generar empleo y desarrollar la economía de las islas, mediante un capitalismo que hoy se catalogaría de un cierto populismo, al permitir la participación accionarial de los pequeños inversores, el acceso a la vivienda y el respeto a la propiedad privada. Las recetas en el terreno práctico de los Chicago Boys, cristalizaron en la apertura liberal de la economía frente al intervencionismo al uso, sin embargo aquello no sería sino el comienzo de la globalización. Fukuyama anunció el “fín de la Historia” y el derrumbe definitivo del socialismo real, dos años después del también anunciado “nuevo orden mundial”, por parte de un discurso televisado del entonces presidente George H. W. Bush. El capitalismo salvaje del globalismo se reencontró de nuevo con la Historia, dejando a Francis Fukuyama en mal lugar, al quedar obligado a mutar de sistema, proceso en el cual se encuentra inmerso en la actualidad, y al tener que hacer frente a la multipolaridad del nuevo escenario que ha rearmado los viejos principios del mercantilismo clásico, esto es, la protección de la economía mediante la imposición de aranceles e impuestos a la importaciones y el incremento de las exportaciones a fin de equilibrar la balanza comercial, recuperar un cierto grado de control sobre la economía y la política monetaria, así como regresar a los metales preciosos como activo refugio, hoy sustituido por las criptodivisas.
jueves, 19 de diciembre de 2024
Desorden
Para no pocos autores, la revolución es una. En la sucesión de acontecimientos históricos, no podría hablarse de un proceso revolucionario protestante, francés o soviético, como hechos casuales y aislados, sino como el compendio de la actuación de una única fuerza, cuyo propósito no es otro que el de descomponer la tradición, para sembrar a continuación el deliberado caos del que hacer surgir un nuevo orden de las cosas. En ese devenir de revolución constante, el progresismo, el nihilismo, el relativismo, la cultura woke, la nueva religión climática y ecologista, el feminismo o el reconocimiento del derecho de las minorías de todo corte, no constituye en sí mismo un proceso de cambio y transformación, sino dinamitador de las bases sobre las que se sustenta la sociedad tradicional, esto es, la familia, la patria o la religión.
El ámbito financiero y multinacional ha alcanzado el poder global de la Economía, sembrando a su paso el dominio sobre la política y el proceso transformador de la sociedad. En su avance en la desmembración de las soberanías nacionales, ha creado zonas concentradas de riqueza y amplios sectores de pobreza e incluso bolsas de miseria extrema y, en la configuración del espectro social, ha dividido la realidad en clubes de winners y outsiders, ganadores y excluidos del sistema.
El fin último de dicho proceso revolucionario, no es otro que la constitución de un gobierno mundial, su correspondiente administración de alcance global, y un sistema financiero y económico que constituye no el nacimiento de un nuevo paradigma, sino la transformación del ya existente, cuyo fin primordial no es el bienestar y desarrollo de la población, sino la perpetuación de una élite en el poder.
Política
“… aquellos primeros romanos, con su vida sencilla,
austera y honrada. Esa virtus fue la que engrandeció a Roma, y su pérdida,
debida a la extensión del poder romano, al aumento incontrolado y mal repartido
de las riquezas procedentes de esas conquistas y a la influencia de costumbres
extranjeras, ha causado su ruina moral y social. La decadencia, la crisis de la
república se ha producido, pues, por causa del orgullo, la ambición y la
búsqueda de placer”. Mercedes
Montero, introducción a la conjuración de Catilina y La guerra de Yugurta.
En su obra los “Dos tratados sobre el gobierno civil”, Locke se eleva como defensor de la democracia y las libertades de los ciudadanos. En su obra, la ley natural se identifica con Dios.
“La ley de naturaleza, se puede describir
como el mandato de la voluntad divina cognoscible con la luz natural, mandato
que señala lo que está y lo que no está de acuerdo con la naturaleza racional.
La razón no tanto funda y dicta esta ley de naturaleza cuanto la busca y la
descubre como una ley sancionada por un poder superior e innata; de modo que
ella no es el autor sino el intérprete de aquella ley”.
“El Estado de naturaleza se gobierna
por la ley de naturaleza, que obliga a todos; y la razón, la cual es esta ley,
enseña a todos los hombres, con tal que quieran consultarla, que, siendo todos
iguales e independientes, ninguno debe dañar a nadie en la vida, en la salud,
en la libertad ni en la propiedad”.
La comunidad política tiene como finalidad, por tanto, la conservación de la propia comunidad y la de sus miembros, cuya determinación corresponde al poder legislativo. Tras la constitución de la sociedad política, el pueblo dispone del poder de suprimir o alterar el poder legislativo, cuando éste viole la libertad o la propiedad de los ciudadanos; ya que, el fin último del gobierno, es el bien público. El pueblo, según el filósofo, tiene derecho a recurrir a la resistencia y a la fuerza, frente a la arbitrariedad de la ley y a los excesos de los políticos.
“Las normas se imponen mediante sanciones, quien sanciona tiene el poder; pero sólo tiene el poder quien impone las normas aplicando las sanciones. Las normas se mantienen en función del poder; pero, a su vez, el poder se define como poder normativo. En el principio eran las normas, y con ellas surgió el poder”. Carlos Moya.
Carlos Moya en 1982, año de la
publicación de “Poder y conflicto social: crítica a la teoría de la dominación”
describía la inconfundible argumentación que subyace a la situación de
injusticia social que vivimos hoy, en términos del predominio de la teoría de
la dominación, basada en el conflicto social frente al consenso. Existiría,
según su enfoque, una relación de subordinación entre los individuos, y una
manifestación del ejercicio de ese poder en la encarnación institucional,
construida bajo el rol que define la relación entre el individuo y el orden.
Dahrendorf, continuaba, defiende la
estructura social global en términos de dominación, y el concepto de élite,
relacionado con la teoría de la “élite del poder” de Mills; “Tanto a nivel
global, como sectorial del análisis del orden institucional, estructuración e
institucionalización son categorías que designan el proceso de diferenciación
normativo de un sistema de papeles, cuyo cumplimiento se impone por la posición
dominante, en función de su capacidad para infligir sanciones.
El conflicto social exige su institucionalización como control racional de la dinámica estructural. La reducción del acontecer social a acontecer institucional resulta coherente con el axioma norma, sanción y dominación. La dominación de la ‘élite de poder’ sobre la ‘sociedad de masas’ es la fórmula que unifica teóricamente la fragmentación de tal enfoque. La minoría de poder aparece como clave de la dinámica de una cierta estructura social”.
“Si las virtudes de los hombres fueran supremas, sería innecesario el gobierno”. Adam Smith.
Duguit en su obra “Transformaciones
del Derecho Público”, formuló la concepción del servicio público en los
siguientes términos; “El Estado no es, como se ha pretendido hacerlo y como
durante algún tiempo se ha creído que era, un poder de mando, una soberanía; es
una cooperación de servicios públicos organizados y controlados por los
gobernantes”.
Jeze, continuó la labor abierta por
Duguit, reconociendo que los servicios públicos son aquellas necesidades de
interés general, realizadas por aquel, cuya satisfacción es indispensable,
mediante prestaciones continuas, regulares y gratuitas, o a precios inferiores
a los del mercado, y realizadas en igualdad de condiciones.
Por su parte, en la economía del
bienestar de Pigou, preocupado por el desempleo y los problemas sociales,” el
interés privado no optimizaría el bienestar de la sociedad”.
Pigou atendió al estado de bienestar social, que proporciona seguridad social y oportunidades para el acceso a servicios como la sanidad, educación o vivienda.
La sucesión de escándalos de corrupción que salpica a todos los partidos del espectro político, pero especialmente al gobierno, no es una casualidad habida cuenta de la ya de por sí denunciada inconsistencia entre el poder real y el ejercido por sus meros agentes. Lo denunció al comienzo de la Transición García-Trevijano, al referir la falta de nexo de unión entre la clase dominante y la clase dirigente y, que tal desfase de propósito, iba a traer necesariamente la corrupción de la clase política. Como factor añadido de despropósito erosionador del propio sistema, cabría añadir el servilismo de toda índole de quien gobierna, no en beneficio del pueblo gobernado, sino de intereses no sólo oligárquicos internos, sino foráneos, convirtiendo a la nación en un ente vaciado de soberanía y vasallo de intereses espurios.
Revolución Francesa
Si bien para
algunos los acontecimientos ocurridos en 1789 constituyen la esencia de la
libertad misma, al grito de «Libertad, igualdad, fraternidad o muerte», lo
cierto es que el primer genocidio de la era moderna se cometió bajo la
Revolución Francesa en la Vendée, región campesina de Francia, a cuyo resguardo
los campesinos vandeanos combatieron frente a los revolucionarios en defensa de
las costumbres católicas, tradicionales, y monárquicas.
Frente a la lucha de parte del pueblo en defensa del
viejo orden absolutista, en la Asamblea Nacional se debatían a suertes el
destino revolucionario dos grupos burgueses, los girondinos y los jacobinos, a
tenor de constituir las fuerzas moderadas o exaltadas de las nuevas ideas. Andado
el proceso revolucionario, el segmento más revolucionario, los sans-culottes,
en unión de los jacobinos, protagonizaron el periodo de terror bajo el dictado
de su política, la guillotina.
Sin olvidar que fueron las familias de banqueros más
influyentes, como la casa Rothschild, quienes financiaron la Revolución
Francesa, y que la masonería ejerció una clara influencia en tales
acontecimientos, el nuevo orden proyectado en el Estado y la sociedad, estaba condenado
a sufrir los avatares de los cambios que no cristalizarían a corto plazo, tras
el restablecimiento del viejo orden tras la caída napoleónica, pero sí a medio
y largo plazo, hasta llegar a nuestros días.
Días,
en los que la conformación de los actuales parlamentos constituye el fiel
reflejo de aquellos meses de disputa revolucionaria, esto es, un pueblo llano
sin representación parlamentaria, a semejanza del campesinado vandeano, y unas
fuerzas liberales más o menos moderadas o radicales en sus convicciones, sometidas
al yugo de quienes las financian para defender sus intereses, amparadas por una
atadura del poder judicial, iniciada por la administración napoleónica con la
creación del Ministerio Fiscal para controlar a los jueces, y una prensa
amordazada inquisitorialmente y tendenciosa al estilo de Marat.
sábado, 7 de diciembre de 2024
Ética
En
Estagira, ciudad de la Antigua Grecia, situada en plena península Calcídica y a
escasa distancia de Olympiada, la filosofía clásica alumbró a la otrora figura
insigne de la cima de su pensamiento. El que fuera tutor de Alejandro Magno,
Aristóteles, impuso su criterio no sólo al mundo helénico, sino a la
confrontación del mundo occidental frente a todo lo demás. Occidente le debe no
sólo el hecho de ser la piedra angular, junto a Platón, de la historia
intelectual de cuanto alumbraría la posteridad, sino de influir tanto la
filosofía universal, a la que pertenece por derecho propio, como de ser el
artífice de la propia construcción del acerbo cristiano que forjaría más tarde
la unidad de Europa. Fernando el Católico, casi dos milenos después de
Aristóteles, se definiría a sí mismo como heredero del Imperio alejandrino en
las inmediaciones de la conquista de un nuevo mundo en ultramar. Tal fue la
influencia aristotélica, que desde el siglo IV a.C. hasta el desarrollo de la escolástica,
el neoplatonismo como el regreso a la fuente misma, fue la principal escuela
filosófica en el mundo occidental, dejando a su paso el legado del epicureísmo,
el escepticismo y eclecticismo.
En
su conjunto el siglo IV es interpretado por los estudiosos como un período de
transición entre la Grecia clásica y los reinos helenísticos, sumido en un
proceso de transformación, en el que Esparta toma el relevo a Atenas y la
democracia griega se tambalea en el juego de poder entre las oligarquías de la
época.
La
literatura helénica, desde el teatro de Sófocles hasta la Ilíada y la Odisea de
Homero, se caracteriza por educar en la prevención del pecado de hybris;
“Para la mentalidad griega clásica el
peor pecado que podía cometer el ser humano era el pecado de hybris, un pecado
consistente en un inflamiento del ego -y el consiguiente orgullo espiritual
desmedido- que conduce al individuo a desafiar el poder de los dioses
atrayendo, sobre sí de ese modo la inevitable venganza (némesis) de estos en
forma de un destino trágico”.
Epicuro
había tratado la ida de justicia, definiéndola como la venganza del hombre
social, frente a la justicia violenta del hombre salvaje.
En
este contexto de interpretación de la moral y la justicia, la obra de Aristóteles, Ética a Nicómaco, aparece como la exposición fundamental de su síntesis de pensamiento, el planteamiento de la
cuestión de la moral, entendida ésta como el bien y, a su vez, como expresión
del fin último de las cosas. Recordemos que, para Platón, la belleza estaba inextricablemente
unida a la idea de verdad y bondad. En la ética, Aristóteles se circunscribe a
la consecución de la felicidad humana, entendida en su devenir por la
separación del mundo animal o vegetal, y residente en la vida contemplativa o
teorética, superior a la mera consecución de placeres. Según el filósofo
griego, dicha forma de vida teorética constituye una manifestación del reflejo
de la divinidad en el ser humano, llegando así a la virtud, que divide en dos
clases, intelectuales y morales, caracterizando la virtud en el carácter del
término medio. Plutarco ya había arriesgado el atisbo de la presencia divina al
afirmar que “las vestiduras de Isis son
abigarradas para representar el cosmos, la de Osiris es blanca y simboliza la
Luz Inteligible que hay más allá del cosmos”. Al igual que Platón; “tú que eres joven y te crees olvidado de
los dioses, sabe que si te vuelves peor te reunirás con las almas inferiores, y
que si te haces mejor te reunirás con las superiores, y que en la sucesión de
vidas y muertes te tocará padecer lo que te corresponda a manos de tus iguales.
Ésta es la justicia del cielo”.
Sin
embargo, será Aristóteles el que sembrará las semillas del pensamiento cristiano,
presente en la figura de Santo Tomás, “los
que han sido llamados a la acción, se equivocarían si pensasen que están
dispensados de la vida contemplativa. Ambas tareas van unidas íntimamente. De
esta manera, esas dos vidas, lejos de excluirse, se implican mutuamente,
comportando los mismos medios y ayudas y se completan mutuamente. La acción,
para ser productiva, tiene necesidad de la vida contemplativa. Esta, cuando
alcanza un determinado grado de intensidad, esparce sobre aquella algo de lo
que le sobra”, y más concretamente en San Agustín; “la vida del hombre individual está dominada por una alternativa
fundamental, vivir según la carne o vivir según el espíritu. La misma
alternativa domina la historia de la humanidad. Esta está constituida por la
lucha de dos ciudades o reinos; el reino de la carne y el reino del espíritu,
la ciudad terrena, o ciudad del diablo, que es la sociedad de los impíos, y la
ciudad celestial o ciudad de Dios, que es la comunidad de los justos. Ningún
período de la historia, ninguna institución es dominada exclusivamente por una
u otra de las dos ciudades. Dependen sólo de lo que cada individuo decide ser.
El amor a sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios, engendra la ciudad
terrena; el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí, engendra la ciudad
celestial. Aquella aspira a la gloria del hombre; ésta por encima de todo, a la
gloria de Dios. Los ciudadanos de la ciudad terrena están dominados por una
necia ambición de dominio que los induce a subyugar a los demás; los ciudadanos
de la ciudad celestial se ofrecen uno a otro con espíritu de caridad y respetan
dócilmente los deberes de la disciplina social. Ninguna contraseña exterior
distingue las dos ciudades. Sólo preguntándose a sí mismo podrá cada uno
averiguar a cuál de las ciudades pertenece”.
Andando
el tiempo, Europa será a la postre el puntal del contrapunto en lo que a ética
se refiere, entre Aristóteles y Kant. El filósofo argentino, Alberto Buela, en
referencia a la crítica a Kant, no de forma autógrafa, sino en referencia de
Franz Brentano, lleva a cabo el necesario rescate del filósofo prusiano
determinado en recuperar el pensamiento aristotélico frente a los prejuicios de
los a priori kantianos, cuya existencia supone un atentado de atribución de
error del idealismo alemán, bajo la determinada iluminación debida a la
consideración de la certeza como verdad interior y subjetiva, es decir, de la
interioridad de la conciencia. Pero no sólo es atribuible el gran mérito a
Buela de poner sobre la mesa a Brentano, sino de rescatar del olvido frente a
la corrección política al autor del “El hombre y el Estado”, Jacques Maritain,
filósofo francés de corte neotomista, cuyo pensamiento rechaza tanto el capitalismo
liberal, como el comunismo, tratando de llegar a un Estado laico, pero de
inspiración y raíz cristiana, en el que el individuo primado en su origen de un
principio de libertad, debe ser partícipe de esa sociedad de inspiración y raíz
cristiana, convirtiéndose así en el exponente precursor de la democracia
cristiana.
martes, 5 de noviembre de 2024
Sólo el pueblo salva al pueblo
“El Pacto Digital Global de Naciones
Unidas. Un futuro digital común. En la Cumbre del Futuro de la ONU se aprobó el
Global Digital Compact, destacando la importancia de la conectividad y la
gobernanza global para las tecnologías digitales y la inteligencia artificial”.
telefonica.com
La tragedia de
Valencia, en lo que va de año, no es ni mucho menos una escena aislada.
Exactamente la misma imagen se ha visto, vivido y repetido en la región rusa de
Oremburgo, en Río Grande del Sur, Brasil, en el noreste de Nigeria, en la provincia
de Baghlan en Afganistán o al noreste de India, en la región oriental de
Bangladesh, sin dejar de mencionar el récord histórico de las veinticinco
grandes inundaciones que han asolado China en 2024. Curiosamente, todas estas
zonas tienen un denominador común, como es el extraordinario valor agrícola de
sus fértiles tierras, a lo que hay que añadir como factor adicional, además,
otro denominador común en gran parte de todas estas eventualidades, como es el
colapso o derribo previo de las presas que servían de contención a las fuertes
lluvias de las zonas afectadas.
Todos estos eventos catastróficos han tenido lugar en un año
que es testigo del impulso de la Agenda 2030 y los 17 Objetivos
de Desarrollo sostenible, con la celebración de la Conferencia de las Naciones
Unidas de 2024 en Bakú sobre el Cambio Climático, y las Jornadas de Acción de
la Cumbre del Futuro de Naciones Unidas en Nueva York.