Un templo del antiguo
Egipto, recogía en su interior las estancias reales, recorridas de jeroglíficos,
al igual que éstos se prodigaban por el resto de las salas. Algunos de ellos,
representaban los sacrificios ofrecidos al Faraón o a la divinidad. El común de
los mortales tenía prohibido el acceso al templo, exceptuando, claro está, la
dispensa de la alta casta sacerdotal, encargada de oficiar los ritos y los
mencionados sacrificios ofrecidos a un solo Dios, por extraño que pudiera
parecer. De cara a la galería se oficiaba una religión politeísta, al mismo
tiempo que los jeroglíficos se abrían al entendimiento sólo de unos pocos
iniciados, cuya profesión de fe se otorgaba a la estatua habida en el interior
del templo, como representación de una sola deidad. Habría que matizar, si los
orígenes de tales esculturas eran de trascendencia celestial o no. A Amón-Ra,
en el antiguo Egipto se lo representaba con cabeza de carnero, al igual que en
Mesopotamia se hacía lo mismo con el Toro de Ur, decorado, además, en este
último caso, con oro y lapislázuli. El demonio del viento, Pazuzu, de trazo
similar al posterior Baphomet, no dejaba de ser, al igual que los anteriormente
citados, Amón-Ra y el Toro de Ur, representaciones de lo oculto y lo que hoy
adjetivaríamos como satánico. A todo ello, habría que añadir, como nexo de
unión, el hermetismo, entendido como una corriente esotérica asociada a la
escritura de Hermes Trismegisto, que asocia en una fusión irreductible la
tradición griega y egipcia, y que trabaja la astrología, la alquimia o el
ejercicio de la magia, como prácticas habituales de su acervo. Tal magia, habría
de ser entendida como el ejercicio de invocación de entes diabólicos, con
distinta suerte de finalidades, entre las que habría que incluir el ejercicio del
poder o el intento de conservarlo. Los egipcios, mediante el ejercicio de la
magia y el arte funerario, añadieron la idolatría, caracterizada como la
posibilidad de introducir demonios en las estatuas físicas u otros objetos
materiales. En el Renacimiento, autores como Giordano Bruno y Pico della
Mirandola, cultivaron el estudio de la astrología, aunque el último se centró
en la astrología matemática o especulativa. Se creía en aquella época, que la
conjunción astrológica era determinante del sino de toda persona, y que tal
inevitable desenlace podía alterarse por intermediación del curso del ejercicio
de la magia. Todo ese legado gnóstico; en virtud del cual se exalta el culto de
la libertad humana y se invoca la transformación de la persona, con el
premeditado fin de lograr metamorfosearla hasta erigirla y convertirla en un
Dios; atesora la modernidad y la cultura sumergida en el culto a lo esotérico,
la hechicería, el satanismo, la cábala, la ufología o el ocultismo.