“Me voy sin saber si ETA cobra en rublos o en dólares”. Adolfo Suárez
La praxis de la anglósfera en términos de asuntos
exteriores no se prodiga sino en el divide et impera del antiguo Imperio
romano. Así las cosas, el mismo año de la independencia de la India del
dominio británico, tuvo lugar el primer conflicto armado de aquella contra
Pakistán. La suerte de tal condenable práctica, tiene su lógica de actuación en
el sostenimiento del hacer de la prevalencia de unas potencias fuertes, una posición
de dominio frente a otras debilitadas y, por tanto, influenciables.
España pasó de ser un Estado sólido y monolítico, fuerte,
a convertirse en una joven y recién nacida democracia, bajo el impulso de un
régimen de corte liberal, amparado bajo el paraguas instaurado de una monarquía
parlamentaria. Sin embargo, desde los últimos estertores de la dictadura, nació
un grupo terrorista, ETA, que acompañó el alumbramiento de los nuevos tiempos,
manchando de sangre el recién estrenado sistema constitucional bajo el dictado
de las armas, como instrumento para luchar en favor del separatismo. Un país
dividido es un país débil, y la huella del nacionalismo desintegrador encendió
de nuevo la llama de su presencia también en Cataluña.
Para terminar con todo vestigio del pasado, ya fuera
nostálgico o continuista, desde la jefatura del Estado y las influencias
foráneas que la rodearon, se orquestó un golpe de efecto para aniquilar
aquellas fuerzas que pudieran oponerse a la total instauración del nuevo orden recién
instaurado en España.
En el momento en el que el terrorismo se ha legalizado, y
ha alcanzado las cotas de poder necesarias para estar presente en las
instituciones, parlamentos y gobiernos, las fuerzas disgregadoras no han
desaparecido, sino que se han transformado bajo el disfraz de los derechos nacidos
en defensa de las minorías, el feminismo radical, la ideología de género o el
compromiso por la defensa de pueblos como el saharaui o palestino.
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