Félix Rodríguez de
la Fuente habitó con pueblos indígenas, a los que estudió y filmó, como los yanomamos
en la cuenca del Orinoco, o los pigmeos, bosquimanos o masai en África. Cuando
preguntó a todos ellos por el origen del hombre en la Tierra, contestaron al
unísono, en la teogonía de la sabiduría ancestral de estos pueblos, que el
hombre proviene del mar. Félix Rodríguez, en su alocución radiofónica de “La
aventura de la vida”, dijo en abierta emisión a sus radioescuchas que el hombre
está profundamente vinculado y arraigado al planeta Tierra y a su ecosistema,
del que forma parte como una especie más y cuya interacción con la naturaleza, frente
al catastrofismo del Club de Roma, es necesariamente recíproca,
A pesar de la evidente sabiduría de los pueblos más
cercanos al origen de la humanidad, hoy todavía vivos, autores como Erich von
Däniken sostienen que fueron los extraterrestres los que influyeron en la
cultura primitiva y que tales antiguos astronautas se encargaron de enseñar al
primitivo hombre de las cavernas materias como la agricultura o la escritura, o
peor aún, que fueron aquellos primeros viajeros los que crearon al propio ser
humano mediante el uso de la ingeniería genética como herramienta para trabajar
en las minas, cuando en nuestra todavía primitiva tecnología espacial ya se
emplea la robótica, la impresión 3D o la inteligencia artificial por ser
extraordinariamente más efectiva que la propia e ineficiente actividad humana.
Más que hablar de la visita de los Dioses, habría que
hacerlo de mito moderno, ligado a una reinterpretación gratuita de la teogonía
mesopotámica y que ha inundado buena parte de la filmoteca de las últimas
décadas y de la literatura de ciencia ficción, ufológica o de ciencias ocultas.
Las grandes civilizaciones antiguas, se dieron allí donde la naturaleza fue
prolija en otorgar una abundante fuente de frutos naturales de toda variedad, gracias
a la espontánea intervención de la fertilización de la tierra como consecuencia
del natural cauce de los ríos. Así, el valle del Indo, del Nilo, del Éufrates y
Tigris, o de México, fueron los lugares donde la naturaleza regaló a la
humanidad la alimentación más rica y variada de forma altruista y que,
casualmente, coinciden con el lugar de origen del florecimiento de las primeras
grandes civilizaciones y de los enclaves donde se conservan en la actualidad
los monumentos que las recuerdan.
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