Si bien pudiera ser considerado el Concilio Vaticano II
como un instrumento del ala progresista de la alta curia filomasónica para
promover los dictados del poder real, tal resolución no deja de estar sujeta a
la interpretación de los especialistas en la materia. Hay quien inaugura bajo
el papado de Juan XXIII el inicio de las tesis del globalismo introducido en el
Vaticano, sujeto al posterior ejercicio del ecumenismo y la reivindicación de
un gobierno de corte mundial, a lo que habría que añadir la promulgación de la nueva
religión mundialista del cambio climático en la encíclica Laudato Si, o la
llamada a la fraternidad universal por parte del mefistofélico papa Francisco en
Fratelli tutti.
Lo que antes, la infiltración en la Iglesia Católica, no era
algo más que un secreto a voces, ahora se ha convertido en un acto público, de
carácter abierto y nada discreto. El teatro ha dejado caer el telón de fondo y
ha dejado al descubierto las consabidas bambalinas, para descubrirnos a un León
XIV sometido al rezo público junto a su mentor, el rey Carlos
III de Inglaterra, líder mundial de la masonería, supremo gobernador de la
Iglesia anglicana y jefe de Estado de los países miembros de la Commonwealth.
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