miércoles, 5 de noviembre de 2025

República romana

           No fue, sino la era republicana, la que impulsó a Roma a las huestes de los ríos de tinta de la literatura o a la impronta de la pequeña o gran pantalla. Roma no fue el imperio sujeto a lo que hoy llamaríamos la declaración universal garante de los derechos humanos, extendida a toda la población bajo la estricta y atenta mirada del derecho romano, sino una sociedad dividida en castas impermeables, sometidas al dictado de una clase dominante, los patricios, que vivían bajo el amparo de privilegios que tan sólo a ellos correspondía, de tal modo que eran los únicos que gozaban de la plenitud del reconocimiento de derechos, no así el resto de la plebe, consistentes en tres principios básicos, como la exención de la prestación del servicio de armas o del pago de tributos y la práctica de una religión oficial, según la cual podían contraer matrimonio y, por ende, ostentar el derecho a la herencia, es decir, podían transmitir su patrimonio a sus descendientes. En el campo público y político, además, eran los únicos que podían ocupar las más altas magistraturas. La República romana se caracterizó por el avance en la igualdad social, sin conseguirlo del todo, en la pretensión del pueblo en su intento por asemejarse y equipararse en derechos a los patricios. Aunque se lograron alcanzar conquistas importantes, el fin del periodo republicano restauró el sistema de privilegios de una clase dominante que, a su vez, se consagró como la élite política gobernante.

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