“En
el siglo XXI hay un exceso de población que obliga a los gobiernos mundiales a
promulgar un edicto en el cual se prohíbe la concepción de hijos durante los
próximos años, y así evitar la destrucción del planeta Tierra. Una pareja
decide de manera clandestina concebir un hijo desafiando a la ley y, en
consecuencia, poniendo sus vidas en peligro”. Filmaffinity.
El
Festival de Cine Fantástico de Sitges, galardonó a la actriz Geraldine Chaplin
por su interpretación en una película en absoluto distópica, ni utópica, sino profética
en el tiempo, a pesar de haber sido rodada en 1972. Si la Agenda 2030 pudiera
parecer algo de nuestro tiempo, es porque no se han tenido los elementos descriptivos
de la obra dirigida por Michael Campus suficientemente en cuenta, como el hecho de
no poder comer carne real, la aparición del aborto como una práctica cotidiana,
la prohibición de tener hijos en un mundo superpoblado por parte de un Consejo
mundial; la existencia de especies extinguidas fruto de un colapso industrial, provocado
por la ceguera de los líderes mundiales y sus políticas cuyo resultado no es otro
que la exhibición en un museo de la civilización humana anterior a la entrada
en vigor de las medidas permisivas con un mundo supuestamente feliz; donde la
maternidad es sustituida por robots infantiles, la medicina es telemática, se otorgan
premios en concepto de espacio vital para poder vivir con mayor comodidad o existe
la posibilidad de tener acceso a un mayor consumo de oxígeno, frete a la
obligación de usar máscaras por una calle contaminada. El retrato de una sociedad
controlada y vigilada, aventura que el guion de la película en nada se sale de
la diatriba del cambio climático, desastres añadidos alertados por instancias
mundialistas como el Club de Roma, o la adopción de las medidas que la nueva normalidad
o el pronóstico de la citada agenda anuncian para la próxima década.
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