miércoles, 8 de junio de 2022

La hora

 

A medida que su viaje avanzaba en el recuerdo del pasado, cada vez más lejano, se diluía trayendo remotos haces del ayer sin sentimientos vividos, sino más bien la conciencia de lo aprendido y la consecuencia de lo pensado. No hay égloga capaz de describir aquellas escenas cargadas de noches estrelladas, temperaturas de una primavera perpetua, cantos al diálogo entre ciudadanos y sueños níveos. Pero pronto la realidad volvió a su habitual curso y el camino se abrió paso entre las abruptas montañas. Las ideas amenazaban el caminar lento y cansino, hecho que detenía mágicamente el tiempo. Una brillante jornada se había consumido y la noche se cernía sobre el viajero acompañada de un frío cierzo. Montado el campamento improvisado en el que pasar la noche y disfrutando de una merecida taza caliente de caldo, un ruido sigiloso retumbó detrás de una roca apenas visible por la oscuridad nocturna. Sin darle mayor importancia, habría continuado disfrutando de su sustento hasta que un estruendo de voces hizo acto de presencia derribando cuanto encontraba a su paso acompasado de un griterío, violencia y robo. No quedó resto alguno de lo que anteriormente era su bagaje, su hogar, sus pertenencias. Su integridad física no corrió peligro alguno pues el destino había decidido así, sin más, reducirlo a una mera presencia en el mundo de los vivos. Alzó la vista y no vio más que oscuridad, sentía que una montaña se alzaba delante de él y que el frío o la falta de enseres era la única realidad que no echaba de menos, luego no estaba viviendo un sueño. El agotamiento lo derribó y durmió, soñando con un desierto en el que aparecía una figura remota. Una hurí caminaba lentamente hacia él, cogiéndole de la mano para acompañarlo a un lugar que no adivinó a precisar, pues la luz del día impedía continuar en las manos de Morfeo por más tiempo. La consciencia tras el despertar se confundía todavía con la ensoñación y el errante de sí mismo tardó un tiempo en recuperar su recto raciocinio, hasta que la desoladora realidad entró por sus cinco sentidos. Por qué subió la montaña no tiene ninguna explicación, fue un acto reflejo. Quizá le animó la curiosidad de ver que había al otro lado, pues no era muy elevada que digamos, y ya llevaba un buen tramo ascendido. Cuando hubo alcanzado la cima, oteó un inmenso desierto que se extendía ante sus ojos. No daba crédito a su visión. Creería estar en el sueño nocturno, de no ser el deseo de estarlo lo que lo impedía. La brisa acariciaba su rostro, la luminosidad del sol cegaba su visión cada vez más y sus pies andaban solos hacia el interior de un desierto tan grande como el más grande de los océanos. Ninguna reflexión racional cabía en una situación similar. El impulso de un sueño conducía los designios de una vida hacia su destino incierto. Las huellas de las pisadas quedaban marcadas en la arena, el sudor bañaba el cuerpo que se iba doblando por el cansancio. El horizonte no acababa nunca. En la progresiva pérdida de conciencia que se avecinaba, un haz de iluminación mental restalló en su interior. Se preguntaba el porqué de su vida, el porqué de sus decisiones que aun a sabiendas de ir por el camino correcto lo conducían hacia a un desierto, sin nada, con la vida a cuestas y en peligro de perderlo todo. En la elección de qué hacer mientras el barco caminaba a su fin, se podía tomar la actitud de obrar con maldad manifiesta, odio, violencia, ira, rencor y barbarie. El porqué de esta posibilidad, su existencia y la práctica de la misma planteaba una pregunta que quizá superase en incomprensión al porqué de la muerte. Pero en cualquier caso, la mente aún lúcida de un ser humano al borde del abismo, la desechó. La razón de por qué vivir una situación así tenía que tener alguna o ninguna explicación, pero rebelarse contra los demás por el miedo al propio destino era algo que nunca podría haber elegido. La extenuación lo agotó y derribó en el suelo. El sol era implacable y sintió que ya no podía pensar más, que se iba. Se hizo sin cuerpo y contempló la llama del amor que lo devolvió a su cuerpo, pues su hora no había llegado.

 

 


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