A
medida que su viaje avanzaba en el recuerdo del pasado, cada vez más lejano, se
diluía trayendo remotos haces del ayer sin sentimientos vividos, sino más bien
la conciencia de lo aprendido y la consecuencia de lo pensado. No hay égloga
capaz de describir aquellas escenas cargadas de noches estrelladas,
temperaturas de una primavera perpetua, cantos al diálogo entre ciudadanos y
sueños níveos. Pero pronto la realidad volvió a su habitual curso y el camino
se abrió paso entre las abruptas montañas. Las ideas amenazaban el caminar
lento y cansino, hecho que detenía mágicamente el tiempo. Una brillante jornada
se había consumido y la noche se cernía sobre el viajero acompañada de un frío
cierzo. Montado el campamento improvisado en el que pasar la noche y disfrutando
de una merecida taza caliente de caldo, un ruido sigiloso retumbó detrás de una
roca apenas visible por la oscuridad nocturna. Sin darle mayor importancia,
habría continuado disfrutando de su sustento hasta que un estruendo de voces
hizo acto de presencia derribando cuanto encontraba a su paso acompasado de un
griterío, violencia y robo. No quedó resto alguno de lo que anteriormente era
su bagaje, su hogar, sus pertenencias. Su integridad física no corrió peligro
alguno pues el destino había decidido así, sin más, reducirlo a una mera
presencia en el mundo de los vivos. Alzó la vista y no vio más que oscuridad,
sentía que una montaña se alzaba delante de él y que el frío o la falta de
enseres era la única realidad que no echaba de menos, luego no estaba viviendo
un sueño. El agotamiento lo derribó y durmió, soñando con un desierto en el que
aparecía una figura remota. Una hurí caminaba lentamente hacia él, cogiéndole
de la mano para acompañarlo a un lugar que no adivinó a precisar, pues la luz
del día impedía continuar en las manos de Morfeo por más tiempo. La consciencia
tras el despertar se confundía todavía con la ensoñación y el errante de sí
mismo tardó un tiempo en recuperar su recto raciocinio, hasta que la desoladora
realidad entró por sus cinco sentidos. Por qué subió la montaña no tiene
ninguna explicación, fue un acto reflejo. Quizá le animó la curiosidad de ver
que había al otro lado, pues no era muy elevada que digamos, y ya llevaba un
buen tramo ascendido. Cuando hubo alcanzado la cima, oteó un inmenso desierto
que se extendía ante sus ojos. No daba crédito a su visión. Creería estar en el
sueño nocturno, de no ser el deseo de estarlo lo que lo impedía. La brisa
acariciaba su rostro, la luminosidad del sol cegaba su visión cada vez más y sus
pies andaban solos hacia el interior de un desierto tan grande como el más
grande de los océanos. Ninguna reflexión racional cabía en una situación
similar. El impulso de un sueño conducía los designios de una vida hacia su
destino incierto. Las huellas de las pisadas quedaban marcadas en la arena, el
sudor bañaba el cuerpo que se iba doblando por el cansancio. El horizonte no
acababa nunca. En la progresiva pérdida de conciencia que se avecinaba, un haz
de iluminación mental restalló en su interior. Se preguntaba el porqué de su
vida, el porqué de sus decisiones que aun a sabiendas de ir por el camino
correcto lo conducían hacia a un desierto, sin nada, con la vida a cuestas y en
peligro de perderlo todo. En la elección de qué hacer mientras el barco caminaba
a su fin, se podía tomar la actitud de obrar con maldad manifiesta, odio,
violencia, ira, rencor y barbarie. El porqué de esta posibilidad, su existencia
y la práctica de la misma planteaba una pregunta que quizá superase en
incomprensión al porqué de la muerte. Pero en cualquier caso, la mente aún
lúcida de un ser humano al borde del abismo, la desechó. La razón de por qué
vivir una situación así tenía que tener alguna o ninguna explicación, pero
rebelarse contra los demás por el miedo al propio destino era algo que nunca
podría haber elegido. La extenuación lo agotó y derribó en el suelo. El sol era
implacable y sintió que ya no podía pensar más, que se iba. Se hizo sin cuerpo
y contempló la llama del amor que lo devolvió a su cuerpo, pues su hora no había
llegado.
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