Si
hay algo que caracteriza el origen de la cultura de Occidente es precisamente
el Ágora, del griego ἀγορά, asamblea, y ἀγείρω, reunión. Término responsable
de la existencia física de las plazas de las ciudades y pueblos donde habitan
los ciudadanos, y punto neurálgico de la vida social. Si por la Biblia sabemos
que lo otro, lo diabólico, es lo oculto, lo que se esconde para encontrarse, lo
abiertamente público es lo opuesto, lo determinantemente sedimentado en lo necesariamente
bueno.
John Fitzgerald Kennedy arremetió contra una auténtica lacra social, las sociedades secretas, en un discurso que, a expensas del tiempo transcurrido, sigue siendo de plena actualidad.
“La
misma palabra ”secretismo” es repugnante en una sociedad libre y abierta.
Y
estamos como colectivo, inherente e históricamente opuestos a sociedades
secretas, juramentos secretos y procedimientos secretos.
Para
los que nos oponemos en todo el mundo a una conspiración monolítica y
despiadada, la cual depende de la codicia para expandir un temor infundido a
sus influencias, en la infiltración en lugar de la invasión, en la subversión
en lugar de las elecciones, en la intimidación en lugar de la libre elección.
Se
trata de un sistema que ha reclutado gran cantidad de recursos materiales y
humanos en la construcción de una bien unida y eficiente máquina que combina
operaciones militares, diplomáticas, de inteligencia, económicas, científicas y
políticas.
Sus
preparaciones se ocultan, no se publican.
Sus
fallos se entierran, no son titulares.
Sus
disidentes son silenciados, no alabados.
No
se cuestionan sus gastos, ningún secreto es revelado.
Esto
es por lo que el legislador ateniense Solón decretó como crimen que cualquier
ciudadano se cerrase al debate.
Les
pido a ustedes su ayuda en la gran tarea de informar y alertar a la gente de
América, con la confianza de que, con su ayuda, el hombre pueda ser lo que
nació para ser: Libre e Independiente”. Fuente: books.google.es.
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