La revista The Economist, no se
caracteriza precisamente por sus análisis circunspectos de la realidad, sino
por anticipar ésta última y, el hecho de que los dueños de la publicación sean miembros
pertenecientes a la élite mundial, no dista de ser una paradójica coincidencia,
o no, según se mire. El caso es que dicha antesala de lo que está por
acontecer, o la mirada particular de lo que está ocurriendo, responde por
lógica a una inteligencia ordenadora, o de lo contrario no podría acertar el
medio en un tan alto margen de éxito en sus predicciones. En la reciente crisis
sanitaria, una portada inquietante, en la que una mano extendida en el vacío
sujetaba una cuerda que amarraba en su extremo a una persona ataviada con un
bozal, que a su vez sujetaba la cuerda que al mismo tiempo se extendía de nuevo
en dirección opuesta hacia la sujeción de un perro, en un verdadero símil
comparativo entre el sujeto y el animal,
conduce a la reflexión de cómo es tratada la sociedad en estos momentos por el
poder económico que la domina, y su visión del orden, la libertad y, sobre
todo, de los principios de igualdad que fagotizan las políticas, los medios y
los recursos, pero que en el fondo traslucen un bienintencionado propósito de
atomizar a la sociedad, bajo un realismo que separa la igualdad de cualquier
objetivo perseguible en su culminación por quien ostenta el poder real.
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