Si por algo se caracteriza la élite en el poder, es por
su habilidad en el tiempo de ser capaz de agendar con proyección de futuro una
ruta programática, cuyo objetivo no es otro que alcanzar determinados
objetivos, entre los que se encuentra, por bajar al terreno de lo
ejemplificante, la instauración de un gobierno mundial. A pesar de las
múltiples fragmentaciones internas y la exposición al tránsito generacional, la
élite tiene la habilidad de recoger el testigo de sus predecesores, para dar
continuidad a sus planes de diseño de la arquitectura mundial, que no es otra
que el llamado nuevo orden mundial.
En clara y opuesta contraposición de caracteres, el resto
de fuerzas antagónicas carece de una actividad organizada y orquestada en el
tiempo, de forma que tan sólo se limitan a aportar una resistencia puntual,
esporádica, descoordinada y en todo caso solitaria frente al soplo de los
vientos de la modernidad y, todo eso, y en el mejor de los casos, cuando se da la
circunstancia de poder exonerar cualquier tipo de inacción a partir de la
pragmaticidad ejercida por el despertar frente a la aparente realidad. Identificar
la Matrix, despertar a la falsa realidad impuesta y, reaccionar, es una
condición necesaria pero no suficiente. A dicho despertar, debe añadirse una masa
crítica impregnada de una fuerza reactiva, que sea capaz de desarrollar una agenda
de acción inmediata, que determine el acontecer en una dirección diametralmente
opuesta a la corriente establecida por el poder o, de lo contrario, la tiranía se
extenderá en una provecta edad sin límites.
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