Si en la Segunda Guerra Púnica, la Península
Ibérica fue conquistada por el Imperio Romano para extender hasta el mundo
conocido sus dominios y hacerse con los recursos que por entonces permitían
lograr ostentar la hegemonía, la situación actual presenta un escenario
completamente distinto.
El único valor, que coloca a España en el
punto de mira de las potencias que hoy usurpan el anterior predominio hispano,
no es otro que su simple colocación sobre el mapa. La proyección sobre el Norte
de África o el Atlántico y ser la llave del Mediterráneo, posicionan el interés
geoestratégico sobre la Península, sin reparar en cualquier otra consideración;
social, económica o política. Los nacionalismos, por ello, no son sólo un
peligro por su mera existencia, sino porque pueden encender el fuego de otra
conflagración de orden nacional, enfrentando de nuevo a las dos Españas.
La pregunta que debe ser formulada, bajo el
paraguas de una creciente tensión internacional, es; ¿son los focos de
conflicto interno del país, los que pueden alentar por sí solos el
enfrentamiento, que podría incluso incendiar Europa, o son las fuerzas externas
las fuentes que lo alimentan para sacar provecho competitivo de las ventajas
que el control peninsular podría ofrecer?
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