El
23 de mayo de 1992, moría asesinado por la Cosa Nostra el juez Giovanni
Falcone. El cráter dejado por la explosión de la bomba, arrancó un tramo de
autopista.
La debilidad del Estado y la pobreza
extrema del sur de Italia, hizo nacer un negocio familiar que controlaba el
contrabando, la prostitución y el juego. Al principio las reglas o costumbres
sociales y la ausencia de tráfico de drogas, permitió que las actividades
ilegales no supusieran un contrapeso al poder; excepto en zonas localizadas o
territorios bajo control de las organizaciones criminales.
Sin embargo, algo iba a cambiar en
las siguientes décadas. El narcotráfico supuso el salto cualitativo hacia una
actividad económica que incrementaba exponencialmente los beneficios. Los
cárteles podían, hace tan sólo unas décadas, pagar la deuda externa de algunos
países. A día de hoy, algunos Estados han sido creados gracias a los beneficios
del tráfico de drogas.
El Estado se ha debilitado frente a
un poder que lo supera, al tiempo que conserva legislaciones obsoletas en
materia penal. En un mismo saco, sin distinción alguna, se prohíbe desde el
hachís hasta la metanfetamina; sin diferenciar el daño que provoca una u otra
sustancia.
Las cárceles están atestadas de adolescentes
condenados a sufrir penas por tráfico de drogas y cada vez más casos de muertes
o daños colaterales, como la esquizofrenia, se ceban con los más jóvenes.
La frontera de EE.UU. con México se
ha convertido en territorio de guerra, donde el asesinato o la violación son
asuntos cotidianos.
El Estado está perdiendo una
batalla, cuya consecuencia más importante será la pérdida del control de la Economía
mundial, al tiempo que la jurisprudencia
se ha convertido en una suerte de código de condenas por narcotráfico.
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