“La pandemia de coronavirus alterará
el orden mundial para siempre”. Henry Kissinger.
La apertura de
los bares, las peluquerías o las administraciones de lotería, antes que los
colegios, las universidades o las salas de lectura de las bibliotecas, no hace
sino sospechar que todo responde a una estrategia calculada.
El
empleo de datos falsos sobre el número de muertes reales, la falta de medios
materiales para proteger al personal sanitario, la regulación ilegal por
Decreto Ley como única fórmula legislativa, la anticonsitucional vulneración de
los derechos fundamentales mediante la declaración de un estado de alarma que
lo impide, el aprovechamiento de la cuarentena para prohibir el derecho de
manifestación, la nada inocente ocupación de los sectores estratégicos del
país, la aprobación relámpago de ingentes ayudas europeas y estatales, la
selectiva fijación del virus por las zonas más productivas del país, el
reconocimiento de la tarea del gobierno para perseguir cualquier puesta en duda
de su gestión de la crisis, la ciberseguridad o el espionaje indiscriminado de
ciudadanos, el rechazo a atender en los hospitales a los enfermos de mayor
edad, el abuso y, fuera de la ley, empleo de sanciones por parte de los agentes
policiales, la contradicción de la normativa frente a la pandemia que ha sancionado
a dos ocupantes de un vehículo privado al mismo tiempo que ha permitido el uso
colectivo del transporte público, el criminal número de ancianos fallecidos en
las residencias, la total acaparación de la atención de la crisis por parte de los
medios de comunicación, la inducción del miedo sobre la sociedad, el uso de la situación
para sacar a presos de la cárcel como maniobra política, las operaciones
económicas de envergadura, los privilegios autonómicos concedidos, la parálisis
parlamentaria, el empleo del ejército para controlar a la población, el daño
irreparable al pequeño comercio y a la mediana empresa, la completa destrucción
de la línea de flotación de la economía, las largas colas de la población para
pedir comida, el aumento irreversible del desempleo, la rápida e importante destrucción
de puestos de trabajo, las draconianas medidas de distanciamiento social, las
repetición de medidas similares en casi la totalidad de naciones, el contexto
internacional que se vive o las declaraciones y reuniones de la élite,
corroboran más que desincentivan la célebre declaración de Franklin D.
Roosevelt al afirmar que “en política
nada ocurre por casualidad y cuando un acontecimiento tiene lugar, es porque
estaba previsto para ser llevado a cabo de esa manera”.
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