El origen incierto de la escritura,
se traduce como una verdad absoluta en los libros de texto, con la localización
de su nacimiento en la civilización sumeria. De nada sirven las afirmaciones,
como la del célebre Picasso cuando dijo que, -después de Altamira, todo es
decadencia-, refiriéndose a la Capilla Sixtina del arte rupestre cántabro,
pintado casi veinte mil años antes del supuesto nacimiento de la civilización
entre el Tigris y el Éufrates, para evidenciar que la Antigüedad es objeto de
una libre interpretación, según los intereses creados. Si fuera verdad, como se
llega a afirmar, que las civilizaciones antiguas tienen un punto de arranque, e
incluso un denominador común entre todas ellas, y que en Mesopotamia se inventó
nada menos que la escritura, cómo se explica que, en la Isla de Pascua, existan
tablas con glifos no descifrados hasta la fecha, y que las esculturas zoomorfas
de los Moái, coexistieron con una forma de escritura como es el Rongorongo,
cuya fecha no se puede determinar con exactitud. Escritura, sin conexión alguna
en el tiempo o el espacio con ninguna otra cultura, al igual que ocurre con la
civilización del Valle del Indo, cuya pictografía constituye una total
incógnita, y podría ser considerada la precursora del sánscrito.
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