El
planeta Tierra es un cuerpo que está hacia la mitad de su vida, es decir, le
quedan unos catorce mil millones de años, según la ciencia, para desaparecer engullida por el Sol.
Como tenemos un mandato divino de no suicidarnos, debemos abandonarlo y habitar
el espacio exterior. Para lograr sobrevivir, sólo podemos hacer una cosa,
estudiar y desarrollarnos tecnológicamente.
Esto
trae una serie de problemas. Actualmente, viajamos por el espacio exterior al
igual que los griegos surcaban el Mediterráneo. Con la velocidad actual, no
lograremos alcanzar los exoplanetas de los sistemas más cercanos. Para viajar
ahí fuera, tenemos que alcanzar un desarrollo ahora inexistente, aunque ya hay
elementos que nos sitúan en el camino.
Imaginemos
que Star Trek fuera real. El Enterprise funcionaba con la mezcla de materia y
antimateria. Si tal logro fuera posible, una bomba del tamaño de un pequeño
edificio haría desaparecer la Tierra antes de su extinción.
1º
Necesitamos el desarrollo tecnológico y científico. Pero ese mismo desarrollo,
conlleva inexcusablemente la necesidad de hacer desaparecer conceptos como la
guerra. La guerra del futuro no podrá ser, puesto que el mismo potencial que
está por llegar, será incompatible con su uso militar.
2º
La tradición tiene que plantearse, que los viejos paradigmas van a desaparecer.
Madrid y Sidney, estarán separados por un par de horas de vuelo. Tardaremos quince
minutos en viajar a Londres. El desarrollo de los transportes y la comunicación
van a ser impensables. La computación cuántica permitirá que toda la Hacienda,
la Seguridad Social y todos los ministerios se lleven desde un único edificio
sin personal. Las casas van a ser en dos días inteligentes, y todo estará
conectado con la robótica y la IA.
3º
El ser humano se va a transformar. El ser humano está evolucionando, y lo
sabemos con toda seguridad. Dentro de un millón de años, nuestro cerebro será
considerado tan primitivo, como nosotros vemos a nuestros antepasados de
Atapuerca. El cerebro de 1.5 litros de capacidad del sapiens va a ser superado.
Eso significa que en el futuro, el despistado de la clase será un niño como
Einstein. No sabemos la capacidad que tendremos, sin contar que la tecnología que
se va a introducir en el cuerpo humano, y la realidad que traerán los cyborgs.
En
unos siglos, la Iglesia será una estación espacial, un Monasterio con vistas
desde las lunas de Júpiter, o una nave vagando en rumbo hacia otra estrella.
Probablemente los idiomas se transformen, igual que lo hizo el griego o el
latín, y habrá en pocos años gente nacida fuera de nuestro planeta.
El
mundo se va a transformar como nunca lo había hecho antes y, aunque no lo
veremos, el cambio está próximo. Por lo tanto, el pasado no puede reducirse a
un conjunto de batallas, cultura militar y una visión concreta del hombre, sino
como el ejemplo del Imperio español, que supuso la primera gran expansión
global, una obra de creación de universidades y ciudades, y la expansión de la
visión humana hacia otras culturas y dimensiones, o como el primer avance e
impulso de la ciencia. Precisamente en la tradición, se puede mirar hacia el
futuro, porque está por llegar algo parecido, solo que dirigido por una élite
que no cree precisamente en la naturaleza humana. La batalla en el futuro será
esa confrontación entre la globalización esclavizadora y destructiva, frente al
proceso natural de otra, producto de la propia evolución de la humanidad, que
puede ser creativa y necesariamente liberadora. Pero los procesos de
desaparición de las naciones, continentes y culturas concretas se va a dar, al
igual que ya es una realidad la vida en el espacio, donde conviven distintas nacionalidades
formando un único grupo. El peligro de la tradición es su disolución en el
futuro si sólo se queda mirando hacia atrás en el tiempo, y no evolucionando
mirando hacia el mañana, o los problemas que vendrán y que ya están en parte aquí.
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