“Por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios”. Pablo VI.
Afortunadamente, y no dicho desde una
mera superficialidad formal, un cristiano lo es, en tanto pueda considerarse a
sí mismo como seguidor de Jesús de Nazaret, y no de ninguna otra consideración
que se salga de las enseñanzas del maestro.
Desde el fatídico 28 de septiembre de 1978, día en el que
murió en muy extrañas circunstancias un Papa, Juan Pablo I, hasta el otro día
no menos señalado en la cristiandad, el 11 de febrero de 2013, día en el que
renunció el Papa Benedicto XVI, casi seiscientos años sin que otro pontífice lo
hubiera hecho antes, la Iglesia ha presenciado el atentado contra la vida de
Juan Pablo II, y el nombramiento del sucesor del Papa renunciante, en una
figura más que controvertida y puesta en duda por un amplio sector del
catolicismo, como es el actual Papa Francisco.
Sin entrar en escándalos de la vida privada de la curia, la
corrupción y las luchas internas por el poder o las finanzas vaticanas, lo
cierto es que los pontificados habidos desde el Concilio Vaticano II no han
estado exentos de polémica. Libros como “La infiltración. Documentos y
conclusiones sobre la infiltración marxista y masónica en la Iglesia española y
universal del siglo XX” de Ricardo de la Cierva, o las obras de otros tantos
autores, han pretendido arrojar algo de luz sobre las entrañas de ese humo del
que hablaba Pablo VI.
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