“La verdad es que en España hay siete clases de españoles. Sí, como los siete pecados capitales. Los que no saben. Los que no quieren saber. Los que odian el saber. Los que sufren por no saber. Los que aparentan que saben. Los que triunfan sin saber, y los que viven gracias a que los demás no saben. Estos últimos se llaman a sí mismos políticos y a veces hasta intelectuales”. Pío Baroja.
Mientras las colas del hambre se multiplican en España y,
aumentan especialmente en Madrid o en otras capitales, los gobiernos
autonómicos y, por supuesto, el nacional, anuncian el buen propósito de la
economía; motor incluso de la zona euro, dicen; el final de la crisis o la recuperación
en términos de empleo en cifras similares a las mejores épocas pasadas de
nuestra economía.
Mientras las cámaras de vigilancia aumentan su número, la
digitalización restringe la privacidad y el control de la población no para de
crecer en
términos generales, los políticos significan la libertad bajo la que impera su
mandato democrático.
Mientras la fragmentación de la sociedad es ya un hecho evidente, el presidente hace afirmaciones como, "este Gobierno va a hacer cumplir la Constitución", después de pactar con separatistas vascos o catalanes.
Mientras el mundo en su conjunto, en un claro contexto bélico, se debate al borde una posible conflagración mundial, el Gobierno afirma que “la labor de las tropas españolas es la expresión tangible de la contribución de España a la paz mundial".
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