El pasado mes de
enero, tuvo lugar el asesinato en el aeropuerto internacional de Bagdad, del
general iraní Qasem Soleimani. El hecho de que la autoría haya sido defendida
por el presidente norteamericano, ha provocado una respuesta inmediata del país
persa, bajo un ataque a varias bases de los Estados Unidos situadas en suelo
iraquí. Por si fuera poco, Irán ha amenazado con el cierre del Estrecho de
Ormuz, por el que pasa casi la mitad del crudo y, por tanto, de la energía
mundial. La gravedad, no sólo se ha manifestado en el desplome como respuesta
de las Bolsas mundiales, sino en la intensificación de la inestabilidad en
Oriente Medio. El planeta entero, se ha puesto contra las cuerdas ante la
amenaza real de una guerra de aniquilación entre las grandes superpotencias.
Rusia respalda a Irán en consonancia sinérgica con China, su aliada natural, en
confrontación con EE.UU. Mientras el coronavirus atenaza a la opinión pública, sea
como simple estrategia o amenaza real, lo cierto es que la magnitud de la
crisis de Medio Oriente es a todas luces un acontecimiento de primera magnitud,
que ya ha abierto una clara guerra por el petróleo, a la espera de que pueda agravarse
la situación.
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