“El consumo sigue siendo el valor absoluto en la sociedad
moderna, y ha desplazado a todos los demás valores de la vida social. A día de
hoy el consumo sirve de criterio del bien social y del grado de civilización de
un Estado. Así lo percibe la conciencia social. La imagen ideológica del
consumo encierra su otro lado: la deshumanización, la devaluación del trabajo,
el crecimiento de la explotación y de la estratificación social, la sustitución
de las necesidades básicas de educación, salud, vivienda y desarrollo
intelectual. El consumo gasta muchos recursos intelectuales y humanos que
podrían contribuir al progreso social, tecnológico y humanitario”. Alexandr
Zinóviev.
Del cuidado de la forma de producción gremial, propia de
los oficios medievales, se ha evolucionado hacia un sistema que se desprende
del producto para asentarse únicamente en el beneficio económico que resulta de
la prestación de un servicio o de la venta de un bien que adolece de calidad, y
no está fabricado para perdurar.
El rendimiento no se basa sólo en la venta sino en el mantenimiento de lo vendido y la reducción de costes, sobre todo laborales, de la producción. La tecnología, en esta línea, está llamada a suplir la fuerza humana con la finalidad de elevar el rendimiento productivo. El intercambio racional de bienes, como elemento esencial de cualquier civilización, se ha convertido en un descontrolado mecanismo de distorsión de aquella.
El rendimiento no se basa sólo en la venta sino en el mantenimiento de lo vendido y la reducción de costes, sobre todo laborales, de la producción. La tecnología, en esta línea, está llamada a suplir la fuerza humana con la finalidad de elevar el rendimiento productivo. El intercambio racional de bienes, como elemento esencial de cualquier civilización, se ha convertido en un descontrolado mecanismo de distorsión de aquella.
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