viernes, 10 de julio de 2020

Lo oculto

   La antropología nos enseña como los pueblos ancestrales, que todavía conviven entre nosotros como testigos de otra época más antigua, eran dueños de una sociedad en muchos casos sin jerarquía, horizontal, en la que todo se compartía, incluida la educación o el cuidado de los más pequeños. Eran pueblos que vivían en completa armonía con la naturaleza, y se erigían en depositarios de una auténtica teogonía, que transmitían a las sucesivas generaciones. Respetaban la ancianidad. Admiraban el cielo nocturno, conocían los secretos de las plantas, que empleaban para curar, y carecían en muchos casos de términos en su vocabulario como el estrés o la guerra. Los pueblos antiguos, cultivaban el arte y los sanos ritos que los conectaban con lo trascendente. El arte, era testigo de la admiración por lo biofílico y natural.
   Por el contrario, y como evidente síntoma de decadencia y enfermedad, la sociedad humana actual vive pendiente de lo oculto, de lo secreto. Se reúne en clubs excluyentes del resto del grupo social, estratificado en lo material. Desprecia el conocimiento, que no reside ya en la ancianidad, sino que se encripta en un reducido número de personas. En ocasiones, lo secreto se alinea con lo gratuito, no para darse a conocer, sino como instrumento de persuasión. Los periódicos se regalan en las bocas de metro con algún oculto propósito. En la actualidad, la contaminación lumínica impide observar el firmamento, se censuran los actos sagrados y se destruyen las estatuas que guardan la memoria del pasado. El arte contemporáneo refleja el mal gusto, y llega a ser incluso desagradable, dando testimonio del actual culto por lo necrófilo y material.

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