Premios Nobel, como Thomas Steitz, han denunciado el
negocio de los fármacos, que tratan enfermedades crónicas en lugar de alcanzar
una cura definitiva. La rentabilidad de la enfermedad, planea sobre las
multinacionales que obtienen, al cabo de cualquier ejercicio económico, sumas
astronómicas. El lobby farmacéutico ejerce su dominio, no sólo sobre la
industria, sino también en la política. Donald Rumsfeld, el que fuera
Secretario de Defensa, fue presidente ejecutivo de la multinacional
farmacéutica Searle and Co. El ámbito de la política está en manos de la
gestión de las grandes firmas que elaboran medicamentos, y que han sido las
responsables de la financiación de las campañas de Obama o Hillary Clinton. Las
grandes fortunas se han ido involucrado, en las últimas décadas, en dicho sector,
sirviendo como ejemplo la familia Rockefeller, paradigma del petróleo, que ha
abandonado el crudo para abrazar el mundo empresarial de la
industria farmacéutica.
La crisis, sin embargo, ha destacado otro negocio ligado
con la vertiente de la salud, las residencias para la tercera edad. Sólo Japón
cuenta ya con más de treinta millones de ancianos entre su población. El
desarrollo de robots, está siendo la solución ideada para tratar de paliar la
soledad de los más ancianos que mueren solos, como ha demostrado la última
crisis sanitaria.
Según un estudio llevado a cabo por antropólogos
españoles en África, "Los pueblos indígenas africanos viven en
sociedades en las que están protegidos de enfermedades mentales como la
depresión, la anorexia o el estrés que hace mella en Occidente. Su
vida en comunidad, la relación entre los niños o el cuidado de los ancianos
están más ajustados a la historia evolutiva humana que la nuestra”. (elmundo.es).
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