“En caso de que me pudiera reencarnar, me gustaría
hacerlo como un virus mortal, para ayudar a resolver el problema del hacinamiento”.
Felipe de Edimburgo.
El dictador cubano Fidel Castro, en
uno de sus discursos dirigidos al público, desde el ágora de la Habana, dijo
claramente que el crecimiento de la población mundial conlleva un determinante
problema, la imposibilidad de su total control. La dificultad de ejercer el
dominio sobre una creciente humanidad, no se contradice con las medidas surgidas
de la nada en las últimas décadas, como la financiación y despenalización
del aborto y la eutanasia, la legalización del matrimonio igualitario o la proliferación de los movimientos
feministas. La puesta en la diana de la familia tradicional, el constante
deterioro de los sistemas de salud, vía recortes u otras intromisiones de los
poderes públicos, y las crisis sanitarias, como la última pandemia, no hacen
sino recordar las políticas maltusianas, plasmadas, entre otros, en el informe
del FMI sobre el impacto financiero del riesgo de longevidad.
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